El silencio es lo que prima Monasterio de la Visitación de Santa María, “conversando con Dios y recibiendo su luz”, como lo afirma La hermana Olga*, un alma carismática. Así llega esta hermana caleña con poca edad al monasterio por primera vez, en silencio, a sus grandes paredes rojas sin conocimiento alguno de lo que era este lugar y se fue en silencio sin querer separarse de él nunca más. Ya lleva más de 40 años viviendo la vida de claustro y le cuenta a EL NUEVO SIGLO el momento en que decidió esta vida “yo siempre había tenido pensamientos de que me gustaba la vida religiosa de algún modo, pero no me atrevía a decirlo en voz alta, hasta aquellas vacaciones en la capital que mi vida tomó un giro y algo fue puesto en mi camino”.
La hermana siempre le gustó explorar, caminar por las calles de los lugares que visitaba, conocer y descubrir. Por esta razón en unas vacaciones a Bogotá salió a caminar por las calles de la capital y se topó con un mensaje en una puerta grande e imponente que decía: “esta casa me pertenece”. La curiosidad de entender qué era lo que querían decir estas palabras la llevó a timbrar en aquella puerta que pertenecía a un claustro con más de 125 años de vida. Las vacaciones en el Monasterio de la Visitación para la hermana fueron el hecho revelador de su conversión: “yo me sentía como en el cielo, ese silencio y esa paz…”, dice la hermana con sosiego y serenidad en su voz. Ella venía de un mundo congestionado, "la vida en Cali es una vida de mucha fiesta, alboroto y ruido entonces al llegar esas vacaciones al monasterio fue un mes de paz y tranquilidad. Esto no tiene precio, pensaba yo en ese momento”, dice la hermana contando su momento de iluminación en que tomó la decisión de cambiar su vida para siempre.
La hermana cuenta el proceso de enrolamiento en la vida de claustro y las dificultades que también tiene, no todo es paz y felicidad al principio. Pasar de ver a la familia todos los días a únicamente siete al mes es abrumador. “Fue un cambio duro porque yo siempre fui muy independiente en mi casa y hacía mis cosas sola a mi manera, pero al entrar al claustro uno se somete a la madre superiora y a una obediencia mucho más escrita”. Esto era algo a la que la hermana no estaba acostumbrada.
La Visitación de Santamaría fue fundada en 1894 por las madres de España que demoraron tres meses en llegar a la ciudad en barco. Hoy en día se encuentran 22 hermanas que viven en comunidad en este lugar de oración. Sin embargo, no es simplemente un sitio donde se reza 24 horas al día, ni donde están de rodillas la mitad de su tiempo. Es un lugar donde viven seres humanos que también tienen ciertos gustos, personalidades, pasatiempos y hasta aspiraciones.
La hermana comienza a contar su pasión por las lenguas y la razón de esto: “yo me considero de las más afortunadas por lo que he vivido, he tenido la oportunidad de viajar a Estados Unidos, Francia, España, África y hasta Corea del Sur. Esto despertó mi gusto por las lenguas de cada país”. Estos viajes los consideró como misiones que Dios le ha puesto en su camino por su gusto desde pequeña de explorar y conocer. La hermana contempla en silencio esos años atrás y dice: “yo nunca pensé en llegar a ser una monja de claustro, pensé en ser una misionera, conociendo y viajando, ayudando a los necesitados y comprendiendo la humanidad”. Sin embargo, la hermana afirma que le cambiaron los planes y le gustó mucho la vida de silencio de las hermanas y hoy se dedica a pedir desde adentro por esa humanidad que alguna vez presenció con sus ojos.
A partir de este momento, la hermana comienza a entablar una conversación más profunda con su decisión de clausurarse en el monasterio, “cuando estaba afuera yo notaba que la gente vivía los acontecimientos de la vida muy superficialmente, sentía que veían la vida y las cosas pasar por delante de sus ojos sin encontrarle un sentido, no se preguntaban el porqué, no se detenían a analizar nada por las distracciones de la cotidianidad”. La hermana da a entender que la vida espiritual es mucho más que la oración y la alabanza a Dios, es comenzar a tener una mirada más profunda y amplia de la vida.
“También tenemos una parte “humana” que la gente no se cree”, dice la hermana con un tono firme, “acá adentro no solo rezamos, acá una toca el órgano, otra le apasiona la música, otra pinta y es fascinada por el arte y yo, yo escribo todo lo que viví en mis viajes”. Este momento le da la oportunidad a la hermana de hablar acerca de un libro que aspira alguna vez llegar a publicar, habla con exaltación y pasión de estas palabras que cuidadosamente ha escrito de sus experiencias en otros países y la perspectiva que desarrolló a partir de estas, un libro que va en 40 páginas para mostrarle a la humanidad y sobre todo a los jóvenes otra mirada más amplia y profunda de la vida espiritual, con un enfoque de sus viajes y lo que pudo conocer del mundo en estos.
Tras una conversación amena y cautivadora, se voltea la hermana y murmura: “ponga un título que haga valer lo que somos realmente acá, que las personas no piensen que es otra declaración aburrida de lo que se hace en un claustro y volteen la página”.
*Olga es un nombre ficticio