¿Por qué en Colombia retornamos una y otra vez al pasado?
Porque no se cierran los duelos, ni públicos ni privados, y los adversarios quedan tendidos en el camino, sin que nadie les de la mano. Las heridas quedan abiertas.
Porque conceptos como sensatez, coherencia, bien común, ética, tolerancia pasaron a ser sólo modismos del lenguaje, usados arbitrariamente al servicio de intereses particulares y desechados astutamente, cuando algún ingenuo los invoca.
Porque un puñado de corruptos sin anclas morales saqueó al Estado y con el mismo poder que les dio el dinero mal habido, predica normas de conducta desde los púlpitos oficiales y mediáticos, a los que llegaron gracias a esos dineros.
Porque la plata del narcotráfico lo permeó todo, empezando por la guerra.
Porque en nombre de la paz se le exigió a la sociedad someter principios, para poder ser laxos con los transgresores.
Porque también, en nombre de la paz, se calumnió ante la comunidad internacional a la mitad de los colombianos, señalados como “amigos de la guerra”, en una sociedad cansada del dolor, que ha visto caer a muchos de los mejores y anhela días de verdadera paz, mientras se rinde culto a lo ligero, al chisme, a las noticias falsas, a la feria de las vanidades.
Porque al país se lo apropiaron unos pocos y lo sometieron, desde las pasiones, al azar o el cálculo frío de quienes actuaron convencidos de que para gobernar a Colombia, había que despreciarla.
Y quizás, seguimos retornando al pasado, una y otra vez, porque la justicia que debía ser una y para todos, dar a cada uno lo que le corresponde, ha tomado las más variadas y astutas formas para demostrarnos que en Colombia no todos somos iguales ante la ley.
Volvemos al pasado porque unos cuantos, apalancados en la manipulación mediática y en las redes sociales, se quieren quedar atrincherados en el poder tejido con amigos pertenecientes al mismo círculo de toma de decisiones. Actúan como si el país les hubiera sido escriturado y en nombre de una legitimidad auto referida imponen, gritan, descalifican y lo más delicado: mienten.
Porque en el afán de complacer y congraciarse con una comunidad internacional, ante la que nos han desacreditado partiendo de premisas falsas, están dispuestos a aceptar cualquier dictamen foráneo sobre nuestra identidad, con tal de ponerse a tono con la imagen que tienen de sí mismos, así sacrifiquen la verdad sobre la identidad de la mayoría.
¿Podríamos retornar al presente?
Llegó la hora de empoderar nuevos liderazgos públicos, con colombianos que antepongan el bien común al bien particular y diriman las diferencias en espacios democráticos, sin dañar a los demás.