Vólmar Pérez Ortiz | El Nuevo Siglo
Viernes, 20 de Noviembre de 2015

“Antorcha que el viento del destino extinguió”

DIEZ AÑOS

En memoria de Roberto Camacho

 

SE  cumplen hoy diez años de la sensible desaparición de nuestro amigo Roberto Camacho, quien murió absurdamente en un fatal accidente en el Departamento de Cundinamarca en la campaña que lo iba a elegir senador de la República.

 

Cuánta falta hace en esta coyuntura de la vida de la Nación la presencia altiva y vigorosa de un hombre de las condiciones que lo distinguieron en vida.

 

Heredero de una noble tradición republicana, vástago de una estirpe que le ha prestado valiosos servicios al país, Roberto mostró, desde su paso por las aulas de la Universidad Javeriana, donde su casta de líder empezó a asomarse, una profunda y decidida vocación política que ejerció con la devoción de un sacerdocio. Recio en sus convicciones y vertical a la hora de defenderlas, jamás el sectarismo alimentó su espíritu, y nunca el odio anidó en su alma pura, hasta el punto que de Roberto podemos decir, con las hermosas palabras de Cote Lamus, que su espalda nunca tuvo cicatrices, porque siempre libró de frente sus batallas.

 

Demócrata integral, creyó siempre en la necesidad de sostener a todo trance el Estado de Derecho y la vigencia plena de las instituciones democráticas, como herramientas indispensables para alcanzar la paz e impulsar el desarrollo.

 

La muerte de Roberto a muchos produjo una sensación de frustración por la interrupción de una parábola vital que apenas iba en la mitad de su ascenso. Es el vacío de las cosas inconclusas, del árbol derribado cuando empezaba a dar sus frutos, de la antorcha que el viento del destino extinguió cuando comenzaba a iluminar. Se ha dicho que Dios llama primero a sus elegidos, pero hace diez años los designios de la Providencia privaron a Colombia de un dirigente cuya probidad, inteligencia, carácter y sentido de Patria tenían mucho por aportarnos, precisamente en una época en la que los colombianos pedimos angustiados una luz que nos ilumine el sendero escabroso que nos fue dado recorrer.

 

Roberto Camacho fue un guerrero. Un guerrero de la inteligencia, que, como los de su estirpe, disfrutaba más del combate que de la victoria. Vale la pena destacar el hecho de que toda su carrera política la hizo metido en el barro de las contiendas electorales, ganándose a pulso un lugar de primera línea en los escenarios en los que actuó. Concejal de Bogotá, Representante a la Cámara, candidato al Senado de la República cuando la muerte lo abatió, disfrutaba del contacto con el pueblo, se sentía a sus anchas en sus giras proselitistas, vibraba con la calidez y el cariño de sus  partidarios. Y murió luchando, como tienen que morir los guerreros.

 

La Providencia dispuso, en sus insondables designios, que la rica parábola vital de Roberto Camacho se interrumpiera antes de llegar a su cenit. Por ello,  nuestro deber es honrar su memoria, seguir soñando, como él soñó, con una Colombia grande, y seguir luchando, como él luchó, para que algún día reine la paz en los corazones de los colombianos.