El mundo de los desamparados
Las tragedias se han vuelto cotidianas en nuestro diario de vida. Multitud de personas migrantes mueren totalmente rechazadas. El drama migratorio se ha convertido en un episodio cruel. Para muchos seres humanos la desesperación es tan fuerte, que no importa levantar muros y alambradas, cualquier espacio abierto a la esperanza, ya sea por mar, aire o tierra, les hace emprender una difícil aventura, arriesgando hasta su propia vida. Les da igual morir, huyen en busca de otro horizonte más compasivo que no siempre encuentran, porque realmente esta conciencia de mundo aún no se ha instalado en la cultura humana. Por consiguiente, las restricciones de frontera a esa movilidad innata, tienen poco sentido en un planeta globalizado. A mi juicio, tampoco se trata de poner cuotas a las olas migratorias, cada vez más frecuentes y complejas, sino de abrirse a su asistencia y de colaborar, unos y otros, a que deje de producirse el aislamiento. Al fin y al cabo, todos tenemos derecho a sobreponernos a la adversidad y tener una vida mejor. De ahí la importancia de impedir que el mundo de los desamparados crezca.
El día que la población más desfavorecida halle verdadera justicia social en su hábitat, estoy convencido de que esta movilización de masas se reducirá, y tendremos un mundo más estable, y desde luego, más equitativo y seguro. El aumento significativo del desempleo, el menoscabo de perspectivas de subsistencia, la falta de acceso a una protección social de mínimos, hace que la integración sea algo imposible. Precisamente, en este mes de febrero (el 20) celebramos el día mundial de la justicia social, y esto debiera ser motivo para recapacitar sobre la creciente desigualdad que nos gobierna.
Lo peor de todo radica en acostumbrarnos a que este mundo trágico campee a sus anchas ante la pasividad ciudadana o acabe con la vida de los desesperados. Multitud de personas se sienten abandonadas por su propia especie, reconozcámoslo al menos. No hay nada más inhumano que desatenderse o desentenderse del fondo de humanidad que todos llevamos consigo. Nada de lo que le ocurra a una persona nos debe resultar ajeno. Tenemos siempre que hacer algo, al menos por conciliar modos y maneras de vivir, propiciando la solidaridad, la armonía y la igualdad de oportunidades que todos nos merecemos por el hecho de haber nacido.
Por eso, necesitamos el amparo de las instituciones sociales ante un desequilibrado universo económico, donde la corrupción es un abecedario permanente en esta tribu de adelantados sin escrúpulos, ante la impudicia de un trabajo indecente, considerado como oferta laboral decente ante la perplejidad del que lo padece, y de unos políticos que han optado por enriquecerse en lugar de servir.
Esta es la triste realidad que se produce al abrigo de tantas mentiras sembradas. Odio el cinismo tanto como a los parlanchines de pedestal, porque ambos parecen la misma cosa. El día que en verdad reine la autenticidad y el ánimo en ese propósito, en lugar del descaro y la desvergüenza, podremos ser optimistas.
En efecto, es de justicia atender y entender a todo ser humano. Y, en cualquier caso, es de una insensatez manifiesta que el repudio cohabite en un mundo que el mismo ser humano ha organizado para él y los de su misma especie.
*Escritor