Una población desesperada
Estamos retrocediendo a la velocidad de vértigo, y lo peor de todo, es que los líderes que dirigen el planeta no miran hacia el bien de la humanidad. Cada día hay más personas privadas de servicios básicos como puede ser la salud, entre ellos multitud de jóvenes a los que no se les permite participar y realizarse, condenados al analfabetismo y a la pobreza. Cuando el progreso es desigual, por mucha esperanza de vida que nos injertemos, la destrucción se sirve en bandeja. Cada país sabe lo que debe hacer para salir de esta penuria, de esta crisis de valores, avivada por unos mercados corruptos, que sólo especulan con las vidas humanas. La igualdad de oportunidades es el cuento por excelencia.
Uno puede sentirse fuerte, pero la confusión marca el futuro. Uno puede tomar el control de su vida, pero más pronto que tarde la impotencia llamará a las puertas del corazón. El propio mundo te excluye cuando sales de este infierno de intereses. La maquinaría del poder, por mucha onomástica que se celebre el 11 de julio (día mundial de la población), no le interesa el progreso para todos.
Las necesidades de los más débiles son los problemas más importantes de la población. El apoyo financiero, político y social, no se ha de dirigir a las clases privilegiadas, sino a sostener esas familias que malviven, que no pueden levantar cabeza.
Nuestra civilización corre peligro en muchas partes del planeta. Ninguna meta y ninguna política pueden ser positivas, si se olvidan los derechos humanos y sus principios éticos.
Para desgracia de toda la población, vivimos en el fraude permanente, en la estafa continua, en el chantaje cotidiano, en la imposición de los poderosos. El futuro económico no puede estar por encima de la cuestión humana. Desde luego, la gente más pobre es la más afectada por el cambio climático, por esta crisis financiera, a pesar de ser la población menos responsable por las causas que la han provocado. Hemos permitido que parte de la familia humana estuviese desasistida, mientras otros, impulsados más por el interés personal que por la solidaridad, han ganado dominio, en un mundo insostenible e injusto.
Por eso, más que caminar hacia un orden económico duradero hay que avanzar hacia un nuevo orden humano, con la esperanza de recuperar nuevos modelos de vida más responsables. Hay que poner a la persona en el corazón del desarrollo y a los siete mil millones de personas que habitan el planeta a ser más solidarios. Cerca de ocho centenares de mujeres mueren cada día en el proceso de dar vida. Casi 900 millones de personas sufren hambre. Tenemos, además, un desempleo creciente en el que el 40% son jóvenes. Todo ello, hace que sea importante la actuación de la comunidad internacional, y que se continúe reflexionando sobre el tema, población y desarrollo. En España, por ejemplo, los pobres son ya el 20% de la población.
Estamos al borde de una mundial catástrofe humanitaria. Bajo este panorama, tenemos la obligación de animar a los países a ser autores de su propio progreso.
Nada de lo que ocurra en cualquier parte del mundo, incluso el más distanciado poblado, debe resultarnos ajeno. Al fin y al cabo, basta con que un ser humano reniegue de otro para que la venganza vaya corriendo por toda la población como pólvora que mata.
*Escritor