Vicente Torrijos R. | El Nuevo Siglo
Martes, 16 de Diciembre de 2014

PLANETARIO

Escalerillas (II)

 

Hasta  el propio Fiscal General, que tan creativo ha sido en buscar opciones para que las Farc se sientan atraídas, llegó el otro día a la conclusión de que era necesario exigirle a la guerrilla un cese unilateral para ubicarla luego en unas áreas geográficas donde no solo estuviese a buen recaudo sino bien controlada para poner a prueba el cumplimiento de los compromisos.

Dicho de otro modo, si el presidente Santos se ha negado a conceder (formalmente) el cese bilateral a la banda armada porque sabe perfectamente que ella lo utilizaría para reorganizarse y fortalecerse, lo que está haciendo ahora al negociar las escalerillas de emergencia para la insurgencia (el "desescalamiento") es justamente eso, pero multiplicado por diez.

En la práctica, ese “desescalamiento” significa dos cosas. Por una parte, la guerrilla se comprometería a “humanizar” el conflicto, esto es, “reducir el impacto de sus acciones violentas” ofreciendo lo obvio, es decir, aquello a lo que está obligada por el derecho humanitario: no sembrar más minas, no reclutar más menores, o parar los ataques a edificios civiles.

Por otra, el Estado se vería obligado a reducir la intensidad de sus exitosas operaciones militares en ciertas regiones y localidades, o sea, que las FF.MM. se verían casi forzadas a autocontenerse, inhibirse y desproteger al ciudadano, justamente para “facilitar el desminado”, “las exhumaciones”, “los censos de víctimas” y todo aquello que la imaginación subversiva produzca.

En otras palabras, en vez de declarar un cese bilateral de nivel nacional que pusiera en peligro su figura histórica e incrementase el riesgo de fracaso del proceso (como él mismo ha sugerido), el Presidente estaría concediéndoles a las Farc decenas de “micro treguas” a lo largo y ancho del país que, precisamente, multiplicarían aquello que él quería evitar, es decir, el fortalecimiento político-militar de la insurgencia.

Si a eso se le agrega la ampliación del delito político para conectarle el secuestro, el narcotráfico y, si se pudiera, los crímenes de guerra y de lesa humanidad, tendría que admitirse que la guerrilla no estaría logrando una tregua-trampa a su favor sino que los avezados jugadores de póker del Gobierno estarían cayendo en el peor de los escenarios: aquel en que su adversario descubre la blasonería (la fanfarronada).