VICENTE TORRIJOS R. | El Nuevo Siglo
Martes, 18 de Febrero de 2014

Escrache

 

Puede ser indignante, o estimulante, pero en cualquier caso es muy interesante verse envuelto de un momento a otro en un escrache como los que han tenido lugar recientemente en Madrid.

Vas caminando por algún céntrico sector y de repente un enjambre de personas se abalanza al unísono contra un dirigente o un líder de opinión y lo somete a todo tipo de vilipendios utilizando diferentes metodologías, como lo dejó muy claro el grupo de mujeres torsidesnudas que emplazaron hace pocos días a un cardenal antes de entrar a la iglesia.

De hecho, para la Fundación del Español Urgente ésta ha sido la palabra más representativa del año y, desbordando la lingüística, ya como concepto político, se ha convertido en una herramienta fundamental para entender qué tan lejos puede llegar un sector al emprenderla contra otro. Definido como una ‘manifestación popular de denuncia contra una persona pública a la que se acusa de haber cometido delitos graves o actos de corrupción y que en general se ejecuta frente a su domicilio o en algún otro lugar público al que deba concurrir la persona denunciada, la verdad es que el escrache ha derivado con pasmosa facilidad en violencia simbólica e indirecta, pero en todo caso violencia. No en vano, el verbo 'escrachar' también se ha interpretado como 'dejar en evidencia a alguien', con lo cual, si se trata de hacer visible algo, nada mejor para algunas células y cuadrillas amantes de las prácticas de la insurgencia no armada que recurrir al asedio, al acoso, al rodeo, al abucheo y al asalto para denostar a alguien y seguir insidiándole una y otra vez, tal como le ha venido ocurriendo al Centro Democrático en sus últimas intervenciones públicas.

Utilizado originalmente en Argentina y Uruguay para protestar contra miembros de la dictadura, el escrache ha dado el salto a España y ahora ha sido importado por algunos grupos criollos que se sienten dueños de las plazas y las calles para aplaudir al populista de turno y violentar impunemente a las voces de la oposición.

En síntesis, amparándose en la falacia de que se trata de un ejercicio de la libertad de expresión, los amantes del escrache convertirán las elecciones que vienen en el paraíso del oprobio y el escarnio para tratar de impedir que el otro opine pues si hay algo que resienten hondamente es que ese otro logre persuadir con la contundente nitidez de sus ideas.