Torre inclinada
El informe PISA 2013 (Programme for International Student Assessment) que mide las competencias de los muchachos de 15 años deja a Colombia en el puesto 62, de 65: una torre a punto de derribarse. Muchas críticas recibe el antedicho informe. Que no comprende aspectos socioafectivos, ni habilidades de trabajo en equipo, y que los ajustes de tipo geocultural que se les hacen a las pruebas no son suficientes porque, de hecho, los países no pueden ser clasificados en una misma escala.
Con todo, PISA es desde el año 2000 el mecanismo más confiable y el más utilizado para establecer comparaciones entre sistemas educativos bajo la atractiva idea de que no mide acumulación de datos sino destrezas, es decir, qué tanto sabe hacer la gente con lo que ha aprendido en la triple relación entre contenidos, procesos y contextos. De hecho, es un paquete de exámenes que se administra aleatoriamente, en ambientes urbanos y rurales, entre colegios públicos y privados, y con una población de casi 300 mil alumnos de todo el planeta. En otras palabras, puede haber muchas excusas para evadir la penosa carga que supone compartir con Perú los últimos puestos de la lista, pero ninguna será válida para dejar de preguntarse a qué se debe semejante descalabro, qué efectos genera y qué sería necesario hacer desde ahora para salir algún día del marasmo.
Coincidente con los resultados de las pruebas Saber 11, del Icfes, lo que estas tomografías van mostrando es que es muy evidente la fractura entre la educación pública y privada, que hay una distancia de varios años de escolarización frente a los países asiáticos y que, con un promedio de 43,6 (sobre 100) al terminar el bachillerato, serían necesarios casi 4 billones de pesos al año para empezar a reducir la brecha.
De acuerdo con el Ministerio de Educación, cada gobierno local debería profundizar su compromiso con el proceso educativo; y según el Consejo Privado para la Competitividad, es necesario lograr que, por lo menos, los alumnos sean capaces de leer y escribir.
Pero, más allá de lo evidente y de los costos requeridos, ¿cuáles serían, en definitiva, los componentes sociológicos y cualitativos sobre los que debe concentrarse el modelo educativo nacional para que, sin sacrificar la identidad y los valores, los estudiantes colombianos perfeccionen la relación entre aprendizaje y desarrollo? La tarea ha comenzado.