Si este año ha sido ruidoso en todo el mundo, sí que lo ha sido en América Latina, incluso para los parámetros habituales en una región toda ella barroca, tan permanente llena de algarabía y alboroto.
Hay ruido en Argentina, donde un Mauricio Macri fortalecido tras los comicios de octubre avanza en la complicada tarea de “desmontar” el kirchnerismo y poner en orden tanto la institucionalidad como la economía, tomando decisiones difíciles pero sin las cuales Argentina no podrá salir del letargo que la tiene anquilosada no obstante todas sus potencialidades.
Hay ruido en Venezuela, donde el régimen de Nicolás Maduro da sus primeros pasos para imponer un régimen de partido único, aprovechando los males crónicos de la oposición -canibalismo, improvisación, fragmentación y falta de estrategia-, y oxigenado por los recursos que le llegan de Rusia y China. Mientras tanto, languidece cada día la esperanza de ver restablecida la democracia y sólo cabe preguntarse a cuánto ascenderá la factura que tendrá que pagar Venezuela por haber hipotecado su futuro a favor de los delirios del chavismo.
Hay ruido, prácticamente en todos los países del continente, por cuenta del rosario inagotable de escándalos relacionados con la multinacional brasilera Odebrecht y la trama de corrupción -y lavado de dinero, como se irá haciendo cada vez más evidente-, en cuyo último episodio estuvo a punto de ser destituido el presidente peruano, Pedro Pablo Kuczynski, en lo que tuvo mucho de golpe de oportunidad del Fujimorismo.
Hay ruido en Ecuador, donde el presidente Lenin Moreno parece haber cortado definitivamente el cordón umbilical que lo unía a Rafael Correa, en un esfuerzo por hacer del suyo un gobierno propio en un escenario económico y político ya muy distinto del que apuntaló la “Revolución Ciudadana” de su predecesor.
Hay ruido en Cuba, tras el efímero giro de las relaciones entre La Habana y Washington acordado por Castro y Obama, y luego reversado por Trump, en otro de esos “regresos al pasado” que aparentemente tanto le gustan -sobre todo cuando implican demoler el legado de su predecesor-. Y hay ruido también, ante la expectativa (recientemente puesta un poco en entredicho) de que Raúl Castro decida no permanecer en el poder más allá de 2018, aunque, eso sí, conservando en sus manos el liderazgo del Partido Comunista, que es una forma de seguir mandando.
Hay ruido en Guatemala, donde el lamentable caso de Jimmy Morales, cómico convertido en presidente, demuestra con toda contundencia que, con alguna frecuencia, los “anti-políticos” acaban siendo peores que los políticos profesionales, y que su indignación y sus promesas pueden no ser más que cantos de sirena.
Hay ruido en México, y viene de varias fuentes. Por un lado, del desbordamiento del narcotráfico y de la violencia que suele acompañarlo. Por otro, de las elecciones que se celebrarán el año próximo y de la posibilidad de que en ellas Andrés Manuel López Obrador resulte vencedor. Y finalmente, de la suerte que correrá el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, sometido a revisión a iniciativa de Estados Unidos, lo cual ha obligado a México a repensar las perspectivas y las oportunidades de su economía.
Hay ruido en Puerto Rico: el de las muertes que dejó a su paso el devastador huracán María, y el de aquellas que se produjeron en los días siguientes, como consecuencia de las fallas en los protocolos de atención de la emergencia. Pero además hay el ruido que producen tanto la enorme deuda del Estado Libre Asociado, virtualmente quebrado, como el éxodo de puertorriqueños que buscan un mejor futuro en los Estados Unidos, que no acaba de entender su relación con la isla.
Y hay ruido en Colombia. Porque nada compensará el déficit de legitimidad que afecta al Acuerdo con las Farc. Porque la desinstitucionalización del país es cada vez más evidente. Porque nuevas violencias sustituyen las antiguas. Y porque el gobierno Santos hace rato dejó de gobernar.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales