La Corte Constitucional ha dado orden al Congreso de la República de ocuparse en reglamentar la práctica de la eutanasia para menores de edad. Se lee lo anterior como una noticia más… sin estremecimiento, sin experimentar la conmoción del espíritu que debe producir lo que tiene dimensiones de catástrofe humana y moral.
Es como si leyéramos que el Concejo decidió autorizar la apertura de una vía…o que dos más dos son cuatro… No sucedería lo mismo, y probablemente nos horrorizaríamos, si la información se diese sin el recurso a los eufemismos hipócritas, con términos que expresaran con claridad el fondo de lo que se establece, así: la Corte Constitucional ordena al Congreso que se ocupe de indicarles a las familias colombianas, a los médicos y enfermeras, a las instituciones de salud, en qué forma y en qué circunstancias están autorizados para asesinar a los niños y adolescentes gravemente enfermos, y evitarles así que continúen sufriendo…
El hecho no es otra cosa que un paso más en el camino que la perversidad de la Corte viene marcándole a Colombia, en una labor de zapa sistemática, tortuosa, disfrazada con un ropaje de disimulo sobre los valores que fundamentan éticamente la vida de la sociedad humana. No parece sino que los magistrados de esa institución, sobrepasando, como lo han hecho tantas veces, los límites de la misión que les confía nuestra Carta (Art. 241 de la Constitución Nacional), se arrogaran el imposible derecho de afirmar que alguien, distinto a Dios, puede disponer de la vida de un ser humano. Así han legalizado el asesinato de los no nacidos, y así pretenden ahora que se reglamente el de los menores afectados por graves dolencias. Es sencillamente aberrante, tiene las características de perjurio, el hecho de que quienes han sido instituidos magistrados para defender la Constitución, actúen descaradamente violándola, al pedir que se desconozca el artículo 11 que consagra el derecho a la vida como inviolable. Ya, como era de esperarse, el Ministro de Salud salió a los medios a respaldar la decisión de la Corte; y digo que era de esperarse, puesto que quien niega, como él, la existencia de Dios no tiene por qué creer en valores y en leyes intangibles.
El magisterio de la Iglesia, que nos transmite los designios de Dios sobre el hombre, es categórico y riquísimo en relación con el respeto a la vida de todo ser humano. Basten unos pocos textos. Nos dice el Concilio Vaticano II : “Cuanto atenta contra la vida, - homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado – todas estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas, y son totalmente contrarias al honor debido al Creador” (Lumen Gentium, 27)
En el Catecismo de la Iglesia Católica, leemos: “Cualesquiera que sean los motivos y los medios, la eutanasia directa, que consiste en poner fin a la vida de personas disminuidas, enfermas o moribundas, es moralmente inaceptable. Por tanto, una acción o una omisión que de suyo o en la intención provoca la muerte para suprimir el dolor, constituye un homicidio gravemente contrario a la dignidad de la persona y al respeto al Dios vivo, su Creador…” (N° 2277)
La Conferencia Episcopal ha emitido un comunicado en el que manifiesta la preocupación que causa ésta que yo no dudo en llamar decisión criminal de la Corte Constitucional, y pide a los legisladores y a los profesionales de la salud que tengan en cuenta las implicaciones éticas que este tipo de determinaciones conlleva; todos deberíamos unir nuestra voz para respaldar esta solicitud de nuestros pastores. Y yo me atrevo a decir algo más: deberíamos, desde ahora, estar atentos e informarnos para no apoyar, en las futuras elecciones, a nadie que sea cómplice o partidario del crimen del aborto o la eutanasia.
*Formador Seminario Mayor de Ibagué
(Tomado de la Conferencia Episcopal de Colombia)