Al conocer el dictamen del computador de la Toyota en la que se mató hace tres semanas santas el gran Martín Elías, hijo consentido del exorbitante y desorbitado Diomédes Díaz, me dio por hacer un doble carril con la odisea que pasa nuestra “Tierra del Olvido” en medio de la pandemia: 3 segundos antes de que, seguramente, un corona virus le picara una llanta, iba a 159 km/h y en el instante fatal marcó 116 en la vía San Onofre – Lorica, tramo tan precario que tenía un letrero que decía: “Vel-Max. 50”.
Tanto el país como el juglar volaban antes de los acontecimientos. Aquél mostraba un crecimiento promisorio, pero quedó tan averiado como la 4 X 4 y varias evidencias regadas en la carretera: el recaudo general cayó en 15 billones; el cráter abierto en el pavimento se tragó cerca de 17 billones, sumatoria que representa el 3.3% del PIB; 140 mil empresas en riesgo, un crecimiento de la pobreza de 11 puntos y un ejército de 5 millones de nuevos desempleados que habrán de producir un panorama de inseguridad inédito, del que ya se avizoran señales alarmantes en las grandes ciudades. M.E., sabemos, mantenía una carrera vertiginosa, aunque jamás podría superar al Cacique de la Junta, quien nos “amenaza” las noches, cuando se repite la telenovela de su vida tormentosa, acompañada por unas letras, acordeones y voces de fábula.
En medio de este tenue e intrincado intercambio de luces, percibo una honda diferencia entre ambos: al volante del gobierno anda un gran piloto, con pulso firme en la cabrilla, buen manejo del freno y del acelerador, y oteando la mejor panorámica para su país; en cambio, el cantante se perdió en manos de un conductor temerario e imprudente, que chuza desaforadamente el acelerador, pretendiendo volar sobre el asfalto de una carretera de tercera. Iván Duque vislumbra la luz del otro lado del túnel, para seguir la línea de la vida; en cambio el hombre, por culpa de su timonel, sólo pudo ver una luz al final del túnel, para trascender rápido, sin cumplir el itinerario ideal de su existencia.
Post-it. Ahora resulta que el Presidente de la República no puede invocar a la Virgen de Chiquinquirá y seguramente tampoco podrá ir a misa ni comulgar y menos hacer demostraciones públicas de su catolicismo, porque ello sería un atentado contra la condición laica del Estado y constituiría una indebida injerencia o provocación contra todo aquél que no “comulgue” con él, es decir, contra la oposición, que arremete desde dos de las tres ramas del poder público. A punta de tutela le hicieron sacar a la calle a “los abuelitos” para que se los coma el chucho, le hicieron frenar la llegada de auxiliadores gringos, para que a todos nos trague el tigre del narcotráfico y ahora le ordenaron esconder la estampita. Sólo falta que por tutela declaren que las elecciones las ganó Petro Ferragamo y allí sí terminaríamos como Martín Elías, a quien la Virgen del Carmen contemple y susurre sus canciones en su morada eterna, sentado a la siniestra de su padre Diomedes.