El viernes 26 de marzo de 1948 -en el comienzo de la racionalidad mental- el ambiente de la ciudad capital, solemnidad de la Semana Santa, produjo en la niñez profundo impacto emocional por muchos motivos. Las emisoras de la época, a partir del Domingo de Ramos, suspendían la comunicación de música popular y únicamente era permisible trasmitir música clásica, en razón de la ritualización religiosa católica que comenzaba. Este comportamiento, obviamente, provocaba una práctica mística y masiva en el pueblo y de ahí en adelante muchas otras actitudes se asumían, tales como asistir a las procesiones populares, las confesiones y comuniones religiosas, el intercambio de obsequios comestibles entre las familias y las amistades; también, asistir a rezar en los 7 monumentos en las iglesias que se visitaban a partir de las cinco de la tarde del Jueves Santo. Por ejemplo: San Agustín; San Ignacio; la Catedral; San Francisco; la Tercera, las Nieves; la Veracruz, San Diego y todo haciendo el recorrido por la Calle Real. Para esa hilera se acostumbraba estrenar vestido y en esa semana se prohibía jugar.
También la ciudad en esa fecha esperaba la IX Conferencia Panamericana y algunos sacerdotes, que el viernes pronunciaban el Sermón de las Siete Palabras, aprovechaban para aludir al convocado evento internacional y, principalmente, en cuanto a los motivos de ese encuentro político: La Paz
La quinta Palabra: “Tengo Sed”, fue una huella que marco en ese instante a los ingenuos que ¡escuchábamos el discurso del cura! Se aludía a la angustiosa existencia sufrida a consecuencia de la violencia que traumatizaba el ambiente nacional: se alababa el odio y la venganza para clamar la paz.
El “Discurso del Silencio”, expresado por el líder popular Jorge Eliécer Gaitán, fue el prólogo a la guerra desatada ese año. El 9 de abril siguiente fue impunemente asesinado marcándose históricamente el hito del conflicto armado. Exclamó él en su alocución: “Amamos hondamente a esta nación y no queremos que nuestra barca victoriosa tenga que navegar sobre ríos de sangre hacia el puerto de su destino inexorable. ¡Os pedimos -Presidente- hechos de paz y de civilización!” Eso mismo ahora se implora. Tenemos la misma Sed de Paz.
Han pasado 71 años y no obstante el largo recorrido de Juan Manuel Santos, la sed no se calma. El acuerdo de Paz con la insurgencia, terapia que pocos han asimilado a fondo, discutido en un prolongado periodo en la Habana y coadyuvado por la ONU, ahora, en esta Semana de la Pascua impulsa hacia la satisfacción de la Gloria y eso se pide que imponga la JEP.
Lo que astutamente se objeta hoy, atemoriza y amenaza con revivir el terremoto que ha derrumbado la tranquilidad, la libertad y la concordia en este pueblo miserable polarizado entre el Si y el No. El amor no se siembra y la máscara del derecho penal alimenta la venganza y el odio de los megalómanos enfermos mentales. ¡Dios nos salve!