Es maravilloso recibir el regalo soñado, obtener el contrato por el que hemos trabajado arduamente o disfrutar una bella puesta de sol. Aceptar lo agradable no implica ningún esfuerzo por parte nuestra. ¿Y lo que no nos gusta?
Solemos recibir lo anhelado o lo que gratamente nos sorprende con regocijo, desde el cual brota una sonrisa que nos permite congraciamos con la vida. Claro, aceptamos lo culturalmente consensuado como bueno, correcto y poderoso, eso que no genera conflictos y que se pone en línea con nuestros deseos. Sí, esa experiencia es fantástica; y la existencia nos ofrece más, mucho más.
¿Qué pasa cuando aquello que esperamos no ocurre? No escuchamos el despertador y se nos hace tarde, perdemos algún dinero invertido o experimentamos una enfermedad. Desde la lógica moderna en la cual vivimos, lo esperable es pelear contra aquellas situaciones adversas que estamos llamados a “vencer”, así como a despertar el “guerrero” que hay en nosotros. Sí, esa es una forma de asumir la vida, que nos lleva a luchar contra los malestares físicos, a maldecir a quienes nos desfalcaron o a estar de pelea con nosotros mismos todo el día. Esa es la posibilidad más comúnmente aceptada, que nos desgasta y drena energéticamente.
Podemos, también, aceptar todo lo que está pasando en nuestras vidas, aunque no nos guste. ¿Aceptar que se me hizo tarde? Sí. ¿Aceptar que me fue mal en un negocio? Sí. ¿Aceptar que tengo un padecimiento de salud? Sí. Cuando nos aventuramos en la aceptación de todo lo que nos pasa podemos abrirnos a otras comprensiones que por lo general no vemos. Entonces, es posible que desde la aceptación podamos generar transformaciones poderosas.
Aceptar es estar en paz con esto que estamos viviendo en este preciso momento, es entregarnos a vivir plenamente lo que nos está pasando, aunque nos moleste. Claro, como la vida es paradójica, podemos estar en paz con el dolor, el miedo o la ira que sentimos en este momento. Cuando reconocemos que las emociones son pasajeras, que no somos ellas, podemos parar un momento y aceptar todo lo que nos sucede. Aceptar es abrirnos a las múltiples posibilidades de la vida y a que las situaciones que vivimos se resuelvan, incluso en formas que no alcanzamos a imaginar.
Aceptar lo que nos pasa es confiar en la fuerza de la vida, en que encontraremos soluciones. Aceptar todo lo que nos ocurre es una manifestación del amor, pues reconocemos nuestro poder transformador. Aceptar es una ruta de evolución, pues pasamos de la lucha a la integración de nuestras vivencias. Hoy te invito a que ante lo que no te gusta digas: sí, acepto. ¡La vida se revelará con mayor esplendor!
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