He de confesarte, muy apreciado y nunca bien ponderado Protocolo, que jamás antes de la pandemia te había invocado, como ahora, cuando te has convertido en el Santo de moda, cual piloto de todas las miradas; siempre le había prendido velas a mi pariente, el Beato Marianito Euse Hoyos -en capilla para ser exaltado a la Santidad- y mi madre, Santa Rosita, hija de Miquique Hoyos, primo del Beato, contaba que lo conoció cuando ella tenía 10 abriles y lo vio hacer un milagro en Yarumal, al desprenderse una niña de un balcón alto y el entonces párroco, percatándose del evento ante la exclamación de terror del resto de parroquianos extendió sus brazos -como para medir distancias- monitoreando su caída, en cámara lenta, cayó parada y salió corriendo, como si nada. Rezo a Marianito todas las noches, para que me haga más milagritos, como el que me hizo la otra vez, con la ayuda de su sierva Ana Francisca, en la tierra: me liberó del maleficio que me metió una bruja de la presidencia cuando yo trabajaba en la cancillería, para enredarme la vida, en curso de un efímero y espantable romance.
San Protocolo, eres el hombre de las galletas, la feligresía en coro te rinde pleitesía, desde el Presidente de la República, que te invoca todas las tardes a las 6 en punto en el altar de la democracia y se lava las manos con el agua por ti bendita que mantiene en una botellita con atomizador y todo el mundo replica tu nombre a cada rato. Ni siquiera tu cuasi-tocayo, el mártir San Patroclo, alcanzó tanta audiencia, porque eres único, tu nombre reúne una voz latina, Protocollum, que proviene de una griega, protokollon y en él confluyen dos elementos: Protos, primero, y Kollea, que traduce pegamento o cola, que no tiene nada que ver, ni menos pienso desasnarme con Santa Wikipedia para ver cuál es la razón etimológica aceptable. Pero lo importante es que estás presente en todos los hogares, medios de comunicación, en el servicio de transporte masivo, en hospitales, centros comerciales, en todo cuanto local está abierto en las calles de mi pueblo pero, sobre todo, eres patrono indisputado del muy protocolario mundo de la diplomacia internacional.
Protocolo bendito: trata de mantener tu bajo perfil en medio de estos tiempos de efervescencia y temor. No te hagas “el vanidoso” cuando la humanidad te proclame hasta en la hora de taparse la boca y recuerda que tu reino no es de este mundo, pero igual tienes la responsabilidad histórica de salvarnos de ésta, que por ratos parece ser la prueba del juicio final. Ayúdame a certificar más milagros de mi Marianito para que el Papa Francisco lo remonte a la santidad antes de que se acabe el universo y gane más confianza con Jesús y María Auxiliadora a la hora de protegernos.
Post-it. Monseñor Darío Monsalve mostró el cobre, metió las quimbas y dejó mal parada a la Iglesia de nuestra tierra. Demostró que su reino sí es de este mundo: el mundo de la política barata, zurda y militante.