Complace que Eduardo Pizarro en Cambiar el Futuro. Historia de los procesos de paz en Colombia (1981-2015) (Debate, Penguin Random House, Bogotá, 2017), exponga las gestiones presidenciales recientes comenzando por Julio César Turbay y finalizando con Juan Manuel Santos; el turno le corresponde a Ernesto Samper, en 1994-1998, con quien se mantuvo excelente relación epistolar, inclusive verbal, cuando hubo ocasión.
La conclusión inicial, al leer a Pizarro, reside en que la gestión de Samper podría ser ejemplo de mala suerte comenzando por el estrecho triunfo en la elección presidencial frente a Andrés Pastrana, situación parecida a la de Turbay: suele creerse que tales victorias coinciden con dificultades; según Pizarro, el primer año de Samper fue relativamente tranquilo pero las perspectivas cambiaron luego, de modo radical, con el proceso 8000, por denuncias de Santiago Medina y Fernando Botero, según las cuales el Cartel de Cali financió la segunda y decisiva vuelta de la elección presidencial triunfante de Samper. Tal anomalía efectivamente ocurrió. La desprestigiada Comisión de Acusaciones (denominada de Absoluciones) de la Cámara de Representantes archivó el proceso y la Cámara de Representantes en pleno “tomó la decisión de absolver definitivamente por falta de pruebas al presidente”.
Se agregaron hechos catastróficos que inducían a clasificar Colombia como Estado Fallido. Asesinatos: Álvaro Gómez, Manuel Cepeda, Jorge Cristo. Impresionante la serie de fracasos militares: Las Delicias, La Carpa, Carepa, El Billar, Juradó, Patascoy Miraflores y hubo fuertes divergencias al más alto nivel, es decir, el presidente de la república versus la cabeza de las fuerzas armadas, o sea, Ernesto Samper y Harold Bedoya; previo un lapso considerable, Bedoya fue reemplazado por Manuel José Bonnet.
Pizarro desarrolla una explicación amplia de la compleja relación con USA que arranca del triunfo de dicho país frente al cese de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), es decir, su máximo rival por la supremacía mundial. USA se convirtió en la suprema, indiscutible potencia dominante y su clase dirigente se volvió orgullosa frente al resto de la humanidad y practicó sanciones unilaterales “en derechos humanos, política antidrogas, armas nucleares y terrorismo” e impuso “su visión superior del mundo”; su colaboración con Colombia fue fragmentada al limitarse básicamente a lo policivo y hubo doble moral al no considerar que la demanda estadounidense por drogas estimula la oferta de las mismas y Pizarro concluye que Colombia fue una de las víctimas de la soberbia gringa. La guerrilla no estaba madura, en terminología de Pizarro, o sea, no había captado todavía que la paz surgía de negociaciones, y creía en el triunfo militar.