Ante fanatismos irracionales
No me refiero a los acontecimientos de lejanas tierras. No. Los que campean por estas tierras colombianas. Los adoradores de la muerte, especialmente de los no nacidos. Los de las leyes inicuas. Los de los derechos tenidos por tales, aunque realmente sean inexistentes. Los de columnistas y comunicadores al servicio de toda clase de causas violentas, aunque crean estar en el otro bando. Los de la guerra sin fin. Los que adoran el mercado sin un ápice de conciencia social y solidaria. Los de quienes aborrecen los órdenes de la naturaleza, etc. Sí. Nuestra sociedad, posando de plural y tolerante, en realidad se ha llenado de toda clase de fanatismos irracionales. Todos tienen el mismo común denominador: el muy escaso uso de la razón verdadera y como lo afirma Benedicto XVI en su obra Jesús de Nazaret, la ausencia de la razón divina.
Ante estos nuevos extremismos se impone la tarea de una reflexión profunda de parte de quienes no los compartimos y nos sentimos agredidos por su violencia mal disimulada. Hay que hacer la reflexión porque la primera tentación es engendrar actitudes similares. No se debe manejar este nuevo fenómeno social entre nosotros con reacciones del momento ni con la comedia mediática, a veces adornada torpemente con humor o con comparaciones denigrantes por parte de quienes pretenden oponerse a la irracionalidad. Estamos ante temas muy graves y se requiere máxima inteligencia para abordarlos.
Personas e instituciones que sienten el acoso feroz de esta nueva ola de irracionalidad tienen que sentarse a pensar, estudiar, analizar, investigar, ante qué clase de realidades estamos. Transitamos un momento muy complejo de la historia de la humanidad, caracterizado en buena medida por la ausencia de grandes pensadores, de filósofos capaces de iluminar con su quehacer intelectual, de santos que rompan con el marasmo en que se encuentran hoy día las religiones. El timón de la nave que porta a hombres y mujeres está en manos de unos pragmáticos a quienes poco y nada les interesa la vida de todos los que están bajo su cuidado y arrojan a no pocos por la borda sin misericordia alguna. El fanatismo ha copado asambleas populares, recintos legislativos, los tronos de la justicia, también salas hospitalarias, aulas universitarias y en medio, como conejillos de indias, los seres humanos tratan de sobrevivir. Hay, pues, una tarea compleja por hacer pues curiosamente hay gente que no ama la vida y tampoco usa bien la razón.