RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 22 de Julio de 2012

¿Ayudar es peligroso?

 

Conocida es la historia del presidente Marroquín, quien, al ser informado de que alguien hablaba mal de él, se preguntaba la razón siendo que él no le había hecho ningún favor. Hoy no son pocas las instituciones y personas que se dedican a las obras de solidaridad y de caridad, pero que poco a poco se han venido sintiendo acosadas hasta el cansancio por leyes regulatorias, por controles asfixiantes y hasta por la Dirección de Impuestos, cuando no por los mismos beneficiarios, muchos de ellos empeñados sólo en pedir, recibir y, si dan papaya, demandar. Se suele decir también que en Colombia toda obra buena tiene su merecido castigo y parece que ahora es más real.

Muchos programas de solidaridad terminan, sin proponérselo, generando efectos contrarios a sus propósitos iniciales. Algunos comedores comunitarios han terminado desestimulando la necesidad de trabajar en algunas familias. Ciertas obras que asisten a los ancianos hacen que las familias se desentiendan de ellos. A los donantes de bancos de alimentos, las autoridades los están viendo con sospecha en nivel de impuestos. Las casas que resguardan niños y niñas menores de edad, están siendo vistas como presa gorda para plantear demandas por el mínimo motivo. Sin embargo, nada de eso hace desaparecer las necesidades de mucha gente, como tampoco el deseo de ayudarlas de otras tantas. Pero si ayudar se vuelve peligroso, de pronto se dejan de tender manos auxiliadoras.

La gente que ayuda lo hace por muchísimas razones. La más elemental es porque existen necesidades reales y básicas sin resolver. También porque somos cristianos y el dolor ajeno nos impresiona y conmueve. Porque la criticadera tiene también su límite, después del cual hay que ir al lodo para sacar de allí con acciones concretas al que se hunde progresivamente. Algunos ayudan porque con eso se consiguen beneficios tributarios y eso también es absolutamente válido pues al final hacen algo que seguramente era más bien obligación de las instituciones sociales y de gobierno. En suma, en Colombia muchos ayudamos para que la gente esté mejor y punto. Rodear de mal ambiente y de sospecha esta amplia actividad de la vida nacional, como siempre, no perjudicará sino a los pobres. Si ser solidario se vuelve una actividad de alto riesgo, sin amparo jurídico, sin reconocimiento social y del Estado, pues vienen días oscuros para los desposeídos. Ojalá los que no saben si no criticar y los que no hacen nada, pero se meten en todo, alcancen a medir las consecuencias del mal espíritu que se está sembrando… contra los pobres.