Rafael de Brigard, Pbro. | El Nuevo Siglo
Domingo, 27 de Septiembre de 2015

CONDICIÓN EFÍMERA DE LO HUMANO

Dios, el único eterno

LA  historia de la humanidad, y también la de Colombia, se están estremeciendo. La vieja, rica y autocomplaciente Europa ha amanecido invadida por los pobres de Medio Oriente y de África. China ha visto debilitarse su economía que parecía crecer sin freno. Nuestra guerra, que lucía interminable, está herida de muerte. El bastante anti-católico Tío Sam abre de par en par sus puertas al jefe de la iglesia romana, el Papa. Los todopoderosos países petroleros se estremecen por los precios muy bajos del crudo y algunos naufragan en el desorden político y económico. Las multinacionales como la Volkswagen dejan ver su oscuro sistema ético, el cual no tiene más ley que la ganancia de cualquier manera.

Como quien dice, ni lo bueno ni lo malo duran para siempre y el que no lo sepa habrá de sufrir profundos desengaños.

Esta condición efímera de todo lo humano es tal vez la lección más clara e implacable de la historia de todos los días. Pero no siempre es la lección mejor aprendida. Los tiranos se creen eternos, los hombres armados se piensan invencibles, los constructores de muros los creen infranqueables, los fundamentalistas en religión y política se creen elegidos de alguien superior. Y en las cosas buenas, a veces caemos en la tentación de creer que el mundo está terminado porque somos ricos, porque todos van a la escuela, porque muchos tienen trabajo, porque la mayoría compró automóvil, porque existe la pensión. También todo esto es terriblemente pasajero y podría desaparecer en cualquier instante por muchas razones.

¡Cuán útil es saber de nuestra condición efímera, pasajera! Nos hará sensatos en todo lo que realicemos y nos invitará a no desperdiciar la vida presumiendo de invencibilidad y de una eternidad que está reservada solo para Dios. Y es eterno porque su esencia es el amor, no por otra cosa. He aquí la pista correcta para perdurar, no solo las personas, sino las comunidades y sus instituciones: el amor a Dios y a las personas. Todo lo demás lleva dentro de si la semilla de su propia destrucción.

Quizá la historia, que siempre está en manos de Dios, se va deshaciendo en todos sus aspectos poco a poco y se va reinventando cada día, como lección divina de que solo Él es perdurable para siempre y que Él será el único que determine en últimas cuánto han de durar las personas, las instituciones, los logros y los fracasos. Y sin Dios todo no es más que una realidad gelatinosa y tan humano que resulta de poco fiar.