TAMBIÉN DESGANO PARA ESCRIBIR
Leer o no leer
Con desparpajo y sin rubor, el presidente de Bolivia, Evo Morales, confesó que él no lee libros, sino que apenas mira los títulos. No hace mucho un profesor universitario de la Javeriana dejó su cargo porque muchos estudiantes no quieren leer y tampoco está en sus planes aprender a hacerlo. Los constructores de hoy no dejan espacios en casas y apartamentos para libros.
Me imagino que todos los que no quieren leer, verdaderas multitudes, desean un mundo de acción, de negocios, audiovisual, palpable, sin mucho qué pensar ni reflexionar. Y ni se diga sobre el desgano para escribir. Para algunas personas tanto leer como escribir son como una afrenta que violenta sus derechos, incluso el de permanecer en cierta ignorancia de la cual se ufanan. Los tiempos han cambiado.
Si el hombre que recoge la basura no lee, si no lo hace el reciclador, si se niega a ello un cargador de bultos de Corabastos, se entiende y se puede deducir por qué. Lo que no es tan comprensible y creo que mucho menos deseable es que los dirigentes no lean ni escriban. Es decir, que no se sienten a estudiar, a analizar, a conocer las diversas formas del pensamiento que se han cultivado ante los retos y problemas de la vida. También hace no mucho veíamos con estupor cómo nuestros congresistas fueron descubiertos aprobando proyectos sin haberlos leído, cosa alarmante en el caso de que todos ellos sepan leer. Acción sin reflexión, decisión sin profundización, empeño sin razón de fondo, puro instinto, pura intuición terminan siendo los motores de muchas personas de las cuales tenemos derecho a esperar un mayor uso de su mente y cerebro.
El Papa Benedicto XVI respondía en una entrevista que era necesario para él y para todo dirigente tener tiempo para alejarse cotidianamente del hacer, para pensar, estudiar, analizar, tener visión de conjunto de las cosas bajo su responsabilidad. En parte eso se hace leyendo. No me impresiona mucho el frenesí de muchos dirigentes de todos los órdenes corriendo día y noche, montando en avión sin descanso, hablando de lo humano y lo divino (casi siempre diciendo pamplinadas), pues muchos de sus actos pueden ser finalmente erráticos. Jesús, cuando le hacen preguntas, remite muchas veces a las Escrituras y cuando le piden autorización para lapidar a una mujer, se sienta a escribir. Ese día se salvó una vida.