RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 8 de Junio de 2014

Hasta dónde mandar

 

En  las sociedades más bien cerradas hay una tentación en los que mandan a meterse en todo y dar órdenes para cuanto se les viene en mente. Poco a poco lo van copando todo, creando una sensación de asfixia  y, al mismo tiempo, suscitando la reflexión acerca de hasta dónde deben y pueden mandar los que tienen alguna autoridad sobre los demás. Acaso vayan siempre demasiado lejos, hasta el punto de que van cercenando toda posibilidad de decisión personal aun en los asuntos más sencillos y que deberían resolverse por ideas espontáneas y no por mandato alguno.

En los documentos del segundo Concilio Vaticano quedó estampada una frase que a veces, lastimosamente, se ha quedado en el olvido, tal vez por su fuerza intrínseca. Se afirma en la Constitución Gaudium et spes, 16: “La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que este se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquella”. Es un reconocimiento de que en las profundidades del ser humano hay algo intocable, una fuente de criterios, un depósito de la dignidad y la libertad que nadie debe siquiera intentar tocar o invadir. Esto no siempre lo entienden ni les interesa a los que pecan de exceso en su tarea directiva de personas y comunidades. Al no aceptarlo, se quiere gobernar a las personas tanto en lo sencillo de la vida como en lo más trascendente. Dirigir todo hasta la desaparición de la identidad y personalidad del dirigido. Pésima costumbre.

Una concepción justa de la misión de quien dirige, en cualquiera de las esferas de la vida, habría de apuntar a darles herramientas a las personas para que manejen sus vidas, pero jamás suplantarlas en esta tarea tan personal y única. Esto suele causar miedo en las dirigencias: que la gente realmente sea autónoma en su conciencia bien formada, que sea libre y también responsable en el proyecto personal de vida. Si quienes dirigen conocieran a fondo la dignidad humana y las capacidades inherentes a cada hombre y a cada mujer, respetarían totalmente el mundo de las decisiones que construye cada mundo individual. En vidas como la de Jesús es muy interesante notar la invitación constante a asumir ciertos valores y actitudes. “El que quiera seguirme…” repite frecuentemente. Un tono agradable para proponer caminos sin aplastar a nadie, sino más bien para hacer crecer a las personas.