Me consta
Aunque el campo no ha sido mi lugar permanente de trabajo, un contacto que tengo con campesinos desde hace años me ha permitido ver cómo se empobrecen irremediablemente. Han cultivado papa desde sus ancestros por siglos. Se han financiado alguna vez con sus propios recursos, mucho con los bancos que atienden al campo (Caja Agraria, Banco Agrario) y los cuales en verdad ayudan, pero son bancos al fin y al cabo. Después, el campesino acude al prestamista de vereda que es un usurero sin entrañas, pero es un salvador puntual. El labriego finalmente se cuelga en sus obligaciones y entra el juez a hacer lo suyo que, para el caso, es quitar tierra, casas, animales. Finalmente la buseta de la vereda hace su papel: monta al desposeído y los bota al borde de Bogotá, donde la tristeza, la desubicación, la miseria, como ratas hambrientas, devoran el ser, la esperanza, la alegría de quienes alguna vez pudieron ser felices en su propia tierra.
La protesta actual de los campesinos, aprovechada hasta la médula por los violentos, es justa y necesaria. Lo que ellos hacen, lo que producen, se los pagamos miserablemente. Detrás de ese logro aparentemente maravilloso del bajo costo de la vida están los productores del campo recibiendo centavos por su trabajo. Estos señores tan encopetados y perfumados que nos gobiernan difícilmente pueden entender esto y mucho menos estremecerse por esa pobreza que les debe parecer lejana y ridícula. Pero todo tiene su límite y como dijo la única voz sincera que hoy hay en el Estado, la del Vicepresidente, la gente pobre está cansada de vivir mal y han comenzado a levantar la voz y también el puño. ¿No será posible que todo aquel que esté sembrando unas hectáreas de papa, de café, de fruta o aquel que saca diariamente unas cuantas cantinas de leche, pueda tener la certeza de que va a recibir un precio determinado por la justicia y no por esa asquerosidad que se llama el libre mercado?
En el Evangelio Jesús recuerda que si se les tapa la boca a los pobres, hablarán las piedras. Entiéndase como se entienda esto, la verdad es que la pobreza, el abandono, la mirada despectiva terminan por exaltar el ánimo más sereno y ecuánime. Me gusta la posición del Arzobispo de Tunja defendiendo a sus campesinos. Me gustaría todavía más escuchar a la Conferencia Episcopal alzando la voz por esta población que son ni más ni menos los preferidos de Nuestro Señor.