Entre las líneas pontificias
La renuncia de Benedicto XVI es tema ineludible para los miembros de la Iglesia y, por lo visto, para el universo mundo. Todo lo que opinemos no es sino eso: opinión, pues el tema es absolutamente nuevo e inesperado. Y, sin embargo, es también ineludible pensar, opinar, mirar detenidamente. Veo varias líneas trazadas en el texto de renuncia del Papa. La primera, más allá de lo anecdótico y personal, es que quien quiera ser Papa que piense seriamente, sobre todo, en los sufrimientos que este servicio pastoral conlleva. El pensamiento dominante hoy en el mundo se ha vuelto ferozmente anti-católico y su presa preferida es el jefe de la Iglesia a quien golpearán sin compasión, aunque Dios ponga un ángel en la sede romana.
En segundo lugar, el mundo actual está sacudiendo hasta los más profundos cimientos de la fe católica a la cual mira como la última rienda corta que hay que soltar para desbocarse hasta la locura. La fe está en un tiempo de prueba muy severo y la comunidad creyente, la Iglesia, tiene muchos interrogantes por resolver con sabiduría, sin perder la fidelidad a Dios y pensando en el verdadero bien de cada hombre y cada mujer. La pregunta gravísima por responder tiene que ver con qué es lo que se puede cambiar, en qué puede haber nuevos planteamientos, hasta dónde puede ir la Iglesia sin dejar de ser Iglesia de Cristo y diluirse en otra de tantas iglesias hechas por los hombres a la medida de los hombres, como pululan tantas hoy día.
Se requiere vigor, dice Benedicto en su renuncia. Efectivamente, la Iglesia Católica en todo el orbe y muy especialmente en Europa, tiene que volver a ser vigorosa, convencida de su misión y feliz de realizarla. En muchísimos sectores de la Iglesia se ha instalado una pereza que realmente escandaliza y que tiene características parasitarias. Esa iglesia puede desaparecer. El mundo de hoy le pide a la Iglesia que justifique minuto a minuto y centímetro a centímetro, el tiempo y el espacio que ocupa en medio de la comunidad humana. Sufrimiento, cambios, vigor, resuenan en las letras del octogenario pontífice. Quizás ese será el modo en que transcurrirá la vida de la Iglesia en los próximos decenios. Decía el teólogo Rahner: el creyente del siglo XXI será un místico o no lo será, desaparecerá. Todo nos hace recordar el paso de Israel por el desierto en tiempos de Moisés.