Es probable que el destino latinoamericano se deba a la incoherencia de sus gentes. Colombia no escapa a esa triste realidad. La ha vivido y la ha hecho suya desde que se ha apropiado de la cultura revolucionaria y, como no, de la cultura de la negociación con el crimen.
A todo aquel delincuente que no pudimos vencer política o militarmente se le indulta en claro detrimento del estado de legalidad. Así han vencido las ideas socialdemócratas y así nos hemos jugado nuestra suerte. Los nuestros son pues pagos fértiles para la revolución, para la negociación con los delincuentes y, como no, para el narcotráfico. Ah, y también para la incoherencia.
Diagnosticamos que el mal de nuestro devenir es la ilegalidad, la criminalidad, el camino rápido y fácil donde el narcotráfico es el rey. Sin embargo, no lo combatimos porque nos ha ganado la partida; no lo legalizamos tampoco porque queremos seguir brincando con sus propias reglas, he ahí la incoherencia.
Pero la socialdemocracia también nos ha heredado buenos escritos y profusos análisis, todo hay que reconocerlo. Y así como el dinero de la droga pulula por doquier, así también los escritos de nuestra inteligencia criolla. Y a fe que son tan bien trazados y tan bien patrocinados que resulta difícil escapar de ellos. Los socialdemócratas y los socialistas igualmente publican copiosamente con el éxito que les ofrece el dominio de las letras.
Los liberales y conservadores, por su parte, se han inclinado por producir riqueza material, por sacar a los vecinos de la pobreza y el subdesarrollo. Los primeros venden libros y películas y arte mientras que los segundos venden casas, apartamentos, servicios, bienes y manufacturas.
Y ¿qué sucede cuando a un buen cristiano le encuentran una venta de sus bienes, servicios o manufacturas a manos de dineros provenientes del narcotráfico? Se le acusa de cómplice, cuando no de delincuente. Pero ¿no es acaso ésta una sociedad y una economía narcotizada? Si, pero poco importa diferenciar el negocio. De nada sirve excusarse en que el comprador ni es socio, ni es amigo, ni es inversionista de las actividades comerciales del buen negociante colombiano; basta con hallar la transacción para encontrarlo culpable. Pero cuando ese mismo dinero se destina a comprar libros de nuestra inteligencia criolla, de la intelectualidad nacional, de nuestros artistas y opinadores, nada se dice, nada se juzga y poco se repara en el hecho.
He ahí otra incoherencia, una más soterrada pero no menos letal. Esa que desenfunda el dedo inquisidor para señalar de criminal a quien por desgracia se ha beneficiado de los dineros del narcotráfico en lícito negocio, mientras se guarda silencio cómplice cuando esos mismos recursos se destinan a comprar las obras literarias de quienes no saben hacer cosa distinta sino escribir.
@rpombocajiao
*Miembro de la Corporación Pensamiento Siglo XXI