Recientemente se conoció la denuncia que presentó la pareja de un cantante de música popular ante la Fiscalía en la que le hizo varios cargos, entre otros, el de mantenerla encerrada en la casa bajo el cuidado de los escoltas. Según informaba la prensa, siempre siguiendo la denuncia de la señora, los escoltas del cantante y los vigilantes del conjunto le impedían salir de la casa.
El tema que planteó la denuncia de la señora muestra como en muchos problemas intrafamiliares los “personajes” que usan escoltas, ya sea por vanidad o por necesidad, les asignan tareas que no solo no corresponden a sus funciones sino que pueden constituir flagrantes violaciones de la ley penal que pueden estructurar desde violencia contra la mujer hasta secuestro simple.
El mismo problema se viene presentado en algunos conjuntos cerrados de casas o apartamentos, pero con el servicio de vigilancia privada de esos condominios. Los maridos, ofendidos por alguna “falta” de sus esposas, de esas que estiman imperdonables, deciden expulsarlas de la casa y darles órdenes a los vigilantes de que le impidan el ingreso a la señora.
En la mayoría de los casos los vigilantes se niegan a cumplir tamañas órdenes bajo la lógica elemental de que la esposa es copropietaria del inmueble. Pero sé también de por lo menos un caso en el que el marido ofendido decidió demandar a la administración de su conjunto y a la empresa de vigilancia por no impedirle a la señora el ingreso al condominio. El señor alega que él es el dueño del inmueble y que la supuesta infidelidad que descubrió de su esposa le da derecho a “echarla de la casa”.
Los del conjunto cerrado han obrado sabiamente. Le han respondido al usuario que ellos no le pueden impedir el ingreso a la señora a las zonas comunes y que el manejo de la unidad privada es problema de él y de su familia.
Sin embargo, el problema persiste porque en esos casos se suman el clasismo y el machismo. Lo primero porque algunos usuarios del servicio de vigilancia privada creen que los vigilantes son una especie de esclavos suyos que están obligados a cumplirles cualquier orden por absurda que sea, bajo la extraña premisa de “que para eso les están pagando”. Lo segundo porque algunos hombres, sin importar la edad que tengan, viven en un pasado que ya no existe, pero que ellos se empeñan en prolongar. Creen que las mujeres no tienen ninguna clase de derechos y menos aún si se dedican exclusivamente a las tareas del hogar. Con ese pensamiento es que se arrogan el derecho de “echar” de la casa a la esposa e intentan imponerle esa decisión a los vigilantes y a las administraciones de los conjuntos cerrados.
Ni escoltas ni vigilantes pueden prestarse para resolver los problemas al interior de cada familia. Es tan grave impedirle el ingreso a un residente como el de confinarlo en su casa ilegalmente.
Puede que como en el disco de Helenita Vargas a uno le puedan poner las maletas en la puerta de la casa, pero ni los escoltas, ni los vigilantes las pueden mover de ahí.
@Quinternatte