Uno de los grandes temas de discusión en el foro de las Relaciones Internacionales -y también en los corredores de los ministerios de asuntos exteriores, salones de embajadas, y en el campo de batalla en que a veces se convierten las columnas de opinión- es el que se refiere a China, a su virtual ascenso geopolítico y a su papel en la política mundial. En una edición recientemente actualizada de su libro “The Tragedy of Great Power Politics”, el profesor John J. Mearsheimer (padre de la teoría del “Realismo Ofensivo”) se pregunta explícitamente si China puede, en verdad, emerger pacíficamente. Su respuesta es, al menos en principio, negativa. Dado que Beijing parece encaminarse a la hegemonía en Asia, la intensa competencia por la seguridad que provocará su intento por obtenerla conducirá casi inevitablemente al conflicto: un conflicto en clave de hegemonía regional, pero con consecuencias globales.
No es fácil descifrar a China. De ella puede decirse lo mismo que dijo Churchill sobre la Unión Soviética: “Es un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”. Quizá por eso al hablar de China suele caerse fácilmente en la caricatura o en la propaganda. En realidad, el viejo-nuevo “Reino del Centro” no es ni el gamberro que entra a saco en el orden internacional (como algunos la pintan con trazo apocalíptico), ni la alternativa confuciana, benévola y altruista (“pluripolar”, dirían acaso en algún país vecino) idealizada por otros a despecho de todas las contradicciones. La China de hoy es mucho más compleja, y acaso no sea tanto la causa de futuras transformaciones, como la consecuencia sintomática de los cambios ocurridos en la naturaleza y lógica de la política internacional durante el último cuarto de siglo.
De ser así, cabría interpretar a China no como una fuerza revisionista y desafiante (a fin de cuentas, su política exterior tiene mucho de conservadora); sino más bien como un jugador oportunista: hábil, arriesgado e intrépido en algunos escenarios, pero en otros cauteloso, incluso timorato y aprensivo. Un actor que al igual que otros —incluso veteranos más experimentados— empieza apenas a aprehender y a adaptarse a las reglas del oligopolio geopolítico y la apolaridad contemporáneos.
¿Son estas buenas noticias? Depende. Porque si bien dejan abierta la posibilidad de la incorporación consensuada, el compromiso y la transformación evolutiva; así mismo subrayan los riesgos inherentes a los errores de cálculo, a la pleonexia y la intemperancia, a la sobreestimación imprudente de sí misma y al desdén de rivales y aliados por igual.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales