El 22 de octubre de 1987 se estrenó en Houston la ópera Nixon in China, del compositor estadounidense John Adams. El argumento, como es apenas obvio, discurre alrededor de la histórica visita del presidente Richard Nixon a la China comunista de Mao Zedong en 1972. ¿Quién iba a pensar que aquel encuentro daría incluso para inspirar una ópera quince años después? Vaya uno a saber si la reciente excursión de Nancy Pelosi a Taiwán, la otra China que en Pekín afirman que es la misma, sirva de inspiración a otra en 2037. Si es así, ojalá que sea más bien una opereta. Porque la parada de Pelosi en Taipéi parece haber abierto aún más una caja de Pandora, que ya estaba algo abierta, y cuyo contenido sería mejor no dejar escapar.
Hay mucho que observar, analizar, y tratar de entender (hasta donde pueda entenderse), a propósito del viaje de la presidente de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, que no sólo es congresista sino tercera en la línea de sucesión al trono electivo de Washington. A ello se han dedicado mentes muy lúcidas, y otras lucidas, durante los últimos días. Habría que observar, analizar, y tratar de entender -entre muchas otras cosas, y ciertamente de mayor envergadura- lo que el episodio revela sobre la diplomacia parlamentaria (o para el caso, y con mayor rigor, congresional): la diplomacia paralela -a veces, literalmente paralela- que despliegan parlamentarios y congresistas, a despecho de la premisa de que la política exterior de los Estados es monopolio de sus gobiernos, del Poder Ejecutivo.
La premisa es cierta, pero puede ser imprecisa. Para empezar, como lo señaló el G7 en el comunicado emitido al fragor de la visita de marras y la reacción de Pekín, “es normal y rutinario que los legisladores de nuestros países viajen al extranjero”. Esos desplazamientos implican, de por sí y especialmente en el caso de los regímenes democráticos, algún tipo de acción diplomática autónoma. Como los legisladores, en estricto sentido, no representan a sus Estados, pueden darse el lujo (a veces abusivo y otras contraproducente) de hacerlo en contravía de las orientaciones de la política exterior de sus gobiernos, a los que (al menos en principio) tampoco comprometen. Una ventaja que ocasionalmente aprovechan, es verdad, algunos gobiernos, para hacer por esa vía lo que no se arriesgan a hacer por la propia.
Los Legislativos, además, se relacionan unos con otros (desde 1889 existe la Unión Parlamentaria Internacional), así como lo hacen (según su afinidad ideológica) los partidos políticos a los que los legisladores pertenecen. Y, por otra parte, como los Legislativos no sólo se expresan a través de las leyes, no faltan los creativos que promueven la adopción de “mociones” que a veces rayan con la intromisión en competencias y asuntos de política exterior que no les corresponden.
Lo cierto es que, a diferencia del anciano Zhou Enlai en el aria final de la ópera de Adams, cuando los legisladores juegan a la diplomacia, casi nunca se preguntan: “¿Cuánto de lo que hicimos fue bueno?”.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales