LA leyenda de los Reyes Magos: Melchor, Gaspar y Baltasar, es un episodio que se evoca en el mundo cristiano y revive la dictadura de Herodes, dedicada al genocidio de la generación de los recién nacidos que, eventualmente, pretenderían abolir el poder reinante según amenazas aparecidas en las profecías de las redes sociales de esas épocas.
Estos antecedentes mitológicos, referidos al pasado de la humanidad, abundan en las páginas de la historia ya no como acontecimientos imaginados sino reales; mucha veces relatados convenientemente por quien asume esa tarea, pues el adagio popular enseña que la historia la escribe el que triunfa y, obviamente, para justificar sus acciones, muchas de las cuales han tenido como causa última la satisfacción de las ambiciones de poder y no la justicia humana.
No son escasos los sucesos similares a los infanticidios aludidos. Por ejemplo, lo que aquí en Colombia se resume en la patraña de los falsos positivos, eventos patrocinados con el fin de combatir las acciones de gentes que, supuestamente, estaban motivadas por llegar a detentar el poder del Estado. Simuladas con audacia esas falsedades aun hoy nadie ha respondido por sus aberrados crímenes.
Ahora, supuestamente, una comisión de la verdad, presidida por un hombre recto y ejemplar, el padre Francisco De Roux, tiene el encargo de investigar y promulgar lo ocurrido ciertamente, durante los cincuenta años de violencia. Por supuesto que no es una gestión sencilla. Descubrir la verdad ha sido una meta que nunca se ha superado. Tanto que cuando a Cristo le preguntaron que era la verdad y quiso decirlo, Pilatos se retiró del escenario y la única respuesta de los hechos fue el crimen que con esta victima cometieron para impedirle que predicara una fórmula que se sabe hace libre al hombre. Y, naturalmente, que a nadie le interesa que el otro sea libre. Esa gestión del presente es una utopía, entre otras razones por que la historia de la violencia en Colombia viene de vieja data, desde cuando en nombre de la religión asesinaron a los habitantes de este continente para favorecer a los Reyes Católicos despojando a los indios de sus tierras y riquezas, tal cual hoy sucede.
No se sabe con evidencia -no con fe- si el Dux Iván, marqués de Carabás, se ocupará de insistir en la fórmula de paz, cabalmente. A su alrededor hay tantos herederos de los asesinos de otros tiempos, que denunciar la verdad, en el futuro, no sería nada conveniente para la “aristocracia” que detenta el poder en este Estado “democrático”. La sentencia que enseña que el que se sienta libre de culpa tire la primera piedra es una excepción que se invoca para enredar la investigación y torpedear sus resultados. No hay que olvidar que universalmente se admite que la verdad es la primera víctima de la guerra y con mayor razón si se trata de una guerra civil disimulada con el poder de policía.