En la actual crisis que padece la humanidad y particularmente la Iglesia “que sufre una vez más la aflicción del mal”, el Papa emérito Benedicto XVI rompe su habitual silencio para exaltar la vigencia del pensamiento y las virtudes de Juan Pablo II como un hombre humilde, un “santo que se aleja de sí mismo y nos deja reconocer a Dios” y como un político que merece el título de Magno, porque “el poder de la fe resultó ser un poder que finalmente derrocó el sistema de poder soviético en 1989 y permitió un nuevo comienzo”.
Con motivo del centenario del nacimiento del Santo polaco, Benedicto XVI no duda en afirmar que “Juan pablo II no es un rigorista moral, como algunos lo intentan dibujar”. Ve en la Misericordia, “como fuerza curativa para nuestra debilidad”, el mensaje central que le da unidad interior y continuidad “entre el mensaje de Juan Pablo II y las intenciones fundamentales del Papa Francisco”. Disuelve así, sin hacerlo explícito, las versiones crecientes, en los medios de comunicación, según las cuales los dos papas son antagónicos y los seguidores del pensamiento de uno y otro, estarían dividiendo la Iglesia.
Hace una curiosa confidencia sobre la humildad de Juan Pablo II al acatar el no que le dio en dos ocasiones la Congregación de la Fe, encabezada precisamente por Ratzinger, al pedir la aprobación para que el domingo in albis se celebrara la fiesta de la Divina Misericordia. “Ciertamente no fue fácil para el Santo Padre aceptar nuestro no. Pero lo hizo con toda humildad, y aceptó el no de nuestro lado por segunda vez”. Finalmente se incorporó al domingo in albis la Divina Misericordia. Pero lo que más llama la atención del contenido de la carta, es el mensaje con el que concluye esta revelación: “En otras ocasiones, de vez en cuando, me impresionó la humildad de este gran Papa, que renunció a las ideas de lo que deseaba porque no recibió la aprobación de los organismos oficiales que, según las reglas clásicas, había de consultar”.
Juan Pablo II fue un hombre humilde en su grandeza. La revelación de estos sucesos desconocidos de su pontificado, nos muestran la obediencia de un Papa vaciado de sí mismo, que había renunciado a su propia grandeza, no obstante su inmenso poder institucional y prestigio personal. Ese gesto dibuja su respeto a la institucionalidad y el cumplimiento de las normas que han sostenido a la Iglesia desde Pedro hasta nuestros días, en torno a una línea de pensamiento y doctrina coherente y auténtica.
En estos tiempos tan difíciles, cuando la humanidad busca liderazgos en cielo y tierra, vale la pena reflexionar sobre la profundidad del contenido de la carta del Papa emérito, donde a partir del reconocer el pensamiento y virtudes de San Juan Pablo II, como hombre, como santo y como político, delinea un camino hacia la unidad de la Iglesia.
Juan Pablo II nos contagió la fe. Nos despertó con un contundente: “¡No tengan miedo! ¡Abran, sí, abran de par en par las puertas a Cristo!”, Benedicto XVI nos llevó a la profundidad en el estudio de la Palabra y el Papa Francisco nos lanzó a las periferias físicas y existenciales de la humanidad. Al final, como dice la carta, “la Misericordia de Dios es más fuerte que nuestra debilidad”.