Fuertes en la fe
El domingo anterior los textos litúrgicos se centraban en la potencia de la fe. El presente domingo están centrados en las dificultades para creer y en la actitud de los hombres ante ellas. Los israelitas, a los que dirige su palabra el profeta Ezequiel, dudan de la fidelidad de Dios que les ha abandonado a su propia suerte en el exilio de Babilonia. Ante esta situación se rebelan y su corazón se endurece para las cosas de Dios (primera lectura Ez 2, 2-5). Los nazaretanos sufren también una crisis de fe ante Jesús que, por un lado, ha obrado grandes signos y milagros, y, por otro, es uno más entre los habitantes de Nazaret, es “el hijo del carpintero” (Evangelio Mc 6, 1-6). Pablo no está exento de dificultades en su fe, pero se mantiene firme porque una voz en su interior le repite: “Te basta mi gracia” (segunda lectura 2 Cor 12, 7-1).
Creer es aceptar la irrupción de Dios en la propia vida y en la historia de los hombres. Es aceptar que el hombre, con toda su técnica y todo su saber, no tiene todos los hilos de los acontecimientos en sus manos. Es aceptar el riesgo de que Alguien te indique el camino, que tú no ves. En este sentido, la fe es un auténtico escándalo.
El creer encuentra dificultades en cualquier época y en cualquier punto de la Tierra. ¿Cuáles son las dificultades que hoy encuentran nuestros contemporáneos en su camino de fe? Algunas son las de siempre, pues la fe es un don y hay que acogerlo en la oración y con humildad.
Si mil tentaciones no hacen una caída, tampoco mil dificultades hacen una sola duda de fe. No. Las dificultades son “magníficas” para fortalecer nuestra fe, si las sabemos afrontar con valentía y con decidida coherencia. ¿Viene una dificultad? Ora, en primer lugar. Luego, crécete ante ella, de manera que te parezca pequeña, aunque sea grande. Piensa también que te va a ayudar a madurar tu fe, porque una virtud no probada siempre será una virtud inmadura. No te olvides, por otra parte, de estar vigilante, porque, si vigilas, la verás venir y buscarás el modo de defenderte y de atacarla. No te olvides tampoco de que no eres el único en tener esa dificultad; de que antes que tú ha habido muchos que la han tenido y la han superado; y de que ahora mismo que tú tienes esa dificultad de fe la están teniendo otros como tú en alguna parte de nuestro planeta, y están luchando como tú para vencerla. ¡Es hermoso sentir la solidaridad, la compañía, el apoyo humano y espiritual de una persona amiga! /Fuente: Catholic.net