Dijo Santander: colombianos si las armas os dieron la independencia las leyes os darán la libertad pero no dijo si estábamos preparados para esa libertad: nueve a once guerras civiles en el siglo XIX, la aterradora Guerra de los Mil Días, entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX, que fue la suma de todas las anteriores, y la violencia y las guerrillas desde los años treinta del siglo XX, hasta hoy. Claro que nuestra Acta de Independencia justificaría esta desorientación si consideramos que Napoleón obligó a Fernando VII a abdicar. Ahora, el lema Libertad y Orden de nuestro escudo, tampoco aclara que corresponde al orden regular, necesariamente, la libertad. Esta calamidad se podría entender si recordamos que Morillo fusiló a los intelectuales, académicos y líderes, de nuestro territorio.
Tristemente, hoy, el panorama sigue siendo incierto, no por falta de esfuerzo por parte de nuestros gobiernos, sino por la falta de un orden moral que le dé sentido a los principios, fundamento de los valores que se manifiestan con las virtudes humanas, de lo que resulta: el bien común, el bien de todos: razón de ser del Estado.
Basta con ver como la Corte Constitucional declara como ley de la Nación el exterminio de bebes anidados en el vientre de su madre, siendo que la vida humana es el primero de todos los derechos. También sentenció la aniquilación de aquellos que sobran por tener enfermedades terminales: cuidarlos cuesta mucho. Así, se auto-declara señores de la vida y de la muerte de los colombianos.
Y estos poderes absolutos los vemos en todas partes: quien entiende los Alcaldes, como el de Bogotá –que logró ser reelegido a pesar de sus costosas aventuras del Transmilenio- que resolvió acabar con dos parques emblemáticos de Bogotá: el parque de Virrey y el parque del Japón, que colindan con varias embajadas, que son barrios residenciales tradicionales de la ciudad, que son refugio de vecinos mayores que se pasean y reciben el sol, regularmente, en sus parques. Que compraron o construyeron su residencia en un barrió amable –con parques, iglesia, árboles y parqueaderos– que cumple con los requisitos y las autorizaciones de ley. La idea del alcalde es convertir estos parques en canchas deportivas y construcciones, tumbando, además, árboles que embellecen el barrio, sin consultar a los vecinos. Según él: la ley le permite, pero el derecho, el orden, no.
Correspondiéndole a los colegios, oficiales y privados, ofrecer canchas deportivas, adecuadas y suficientes, para sus alumnos ¿qué está haciendo el alcalde inventando campos deportivos, por encima de los derechos adquiridos por ciudadanos, en el lugar equivocado? Esta es una llamada de atención a los alcaldes: a que entiendan que un alcalde exitoso es aquel que al terminar su mandato la calidad de vida de sus vecinos, todos, ha mejorado. A que entiendan que la ley no es para hacer lo que les da la gana, cuando el principio fundamental del derecho, de la ley y el orden, al que se debe un alcalde, es el bien común, el bienestar de todos.