Hace poco se decía que “en la mesa y en el juego se conoce el caballero”, “dime con quién andas y te diré quién eres”. Muchos piensan que “en política se debe seguir al sol que mas alumbra” sin colorearse. Hoy hay quienes piensan que “una pandemia sirve para saber en quien confiar y a quien temerle”. Son pocos “quienes ven en su diploma universitario el primer paso de una carrera sin fin: son los que nunca están satisfechos: los que siempre están estudiando, investigando, cuestionando, dialogando”. Estos son los profesionales en quien confiar y que necesitamos. De los demás graduandos líbranos Señor: estos creen que ya cogieron el sol con las manos. Tristemente: los primeros poco se ven y son muchos los segundos. El perfil de un universitario, hoy, está diseñado según los intereses económicos de empresarios poderosos y de las autoridades gubernamentales que poco saben de la razón de la educación integral: deshumanizando el país.
No se desvelan por la formación de las futuras generaciones, de manera que estén preparadas para dirigir la República y generar riquezas que beneficien a todos solidariamente, formar familias ejemplares, unir a todos con propósitos comunes generosos y justos, preparar ciudadanos científica y moralmente profesionales, que propongan novedades originales, pertinentes y relevantes para nuestros hermanos del campo: novedades que nos liberen de los productos importados -altamente costosos- a partir de nuestras riquezas naturales, de la creatividad, habilidad y genialidad innatas de los colombianos.
Si la educación que recibe nuestra juventud no responde a una formación humana y científica -de punta- para todos, el polvorín social en el que estamos sentados (con los ojos vendados) nos va a reventar en la cara, quedándonos sin el santo y la limosna. ¿Cómo explicar que la educación superior esté preparando nuestro futuro para que abandonen nuestro país y terminen trabajando como funcionarios de segunda? Es el momento de reconocer que estamos descuartizando a hombres y mujeres, a nuestros hijos, a nuestros alumnos, a nuestro país.
Es el momento de incorporar a la educación su deber ser: la Academia, en el entendido que “ser humano integral es también un deber”, refiriéndome a atributos naturales, como, la compasión por el prójimo, la solidaridad o la benevolencia hacia los demás son rasgos propios de las personas “muy humanas”, aquellas que entienden que hay que nacer, plenamente, para ser humano, y “sólo llegamos a serlo cuando los demás nos contagien su humanidad a propósito… y con nuestro beneplácito”. ¿Por qué será que han sacado del mapa humano su verdad antropológica que nos identifica como seres humano: siendo que los humanos nacemos siendo lo que somos y enriquecemos nuestras virtualidades hasta el día de la muerte?
Es inconcebible que educación haya descartado de nuestra herencia occidental, como la Paidea: la labor educativa propia de los ciudadanos, de los hombres libres. Paidea (Platón): la virtud y el deseo de convertirse en buen ciudadano. Capaz de gobernar con justicia. Paidea (Séneca) es una sola cosa: la perfección del alma: la inmutable ciencia del bien y del mal, la adquisición de una recta contextura moral.