Como si de una verdadera maldición se tratara, la nación colombiana parece perseguida por una fuerza implacable que siembra continuamente muerte a lo largo y ancho del país. Medicina Legal comunicó que el año pasado hubo en Colombia alrededor de 12.000 muertes violentas. Es como si se acabara con todos los habitantes de un municipio pequeño. ¿Quiénes son los asesinos? Guerrilleros y narcotraficantes, mafiosos y atracadores, borrachos y delincuentes comunes, sicarios y a veces agentes del Estado, conductores de vehículos automotores, etc. Seguramente que ya los investigadores criminales tienen establecidos los tipos de asesinos que hay en el país y con toda seguridad lo han hecho saber a quienes podrían y tendrían que ponerle remedio a este mal que nos agobia infinitamente.
Dos pueden ser algunas de las razones por las cuales los asesinos campean en Colombia. La primera, un desprecio total por la vida y por las leyes. El espíritu de la mafia que se enquistó en la sociedad colombiana hace ya varias décadas ha cambiado el ADN de muchas personas y sectores de la vida nacional, al punto de que matar se entiende como un recurso más para lograr los fines deseados. La ley, las leyes que rigen la vida colombiana, se han vuelto totalmente inocuas para quienes tienen en el matar un instrumento de uso cotidiano. Ni las siguen ni las obedecen y mucho menos las temen. Basta con tener un arma, cualquiera ella sea, para sentirse amo y señor de todo y de todas las personas. Un revólver, una pistola, un fusil, un cuchillo, son las cartas de presentación de los asesinos y su uso es constante y contundente.
La segunda razón, a mi modo de ver más grave y más degenerativa, la pérdida de toda conciencia moral que lleva a que ni siquiera exista la pregunta sobre el bien y el mal, sobre lo que es bueno y sobre lo que es malo. El estado de muerte moral hace que la persona asesina simplemente mate porque lo ve como útil a sus propósitos, sin que medie una pregunta sobre la suerte y derechos de sus víctimas. Y con frecuencia esta desaparición del sentido moral se hace más peligrosa cuando en el ambiente, los que materialmente no matan, sí sueñan frecuentemente con la muerte de sus adversarios y lo plantean implícitamente en sus discursos, opiniones y peroratas. Una persona sin vida moral es una herramienta a disposición de quienes quieren hacer toda clase de fechorías, pero a través de otros. El derrumbe moral de la sociedad colombiana es pavoroso y es algo de lo cual deberíamos sentir la mayor vergüenza.
Los mandamientos de la ley de Dios, reclaman y exigen con fuerza: “no matarás”. No lo sugiere, lo ordena. Podríamos añadir: tampoco hablarás a favor de la muerte violenta, no desearás que muera el diferente, no te quedarás quieto cuando sea amenazada la vida de alguien, no contribuirás de ninguna manera, ni con dinero ni con votos, ni con apertura social ni con silencios cómplices, a que el asesino se mueva libremente en la comunidad. No dejarás de anunciar al asesino que el infierno lo está esperando. Todo asesinato, además de ser obra de cobardes, ataca a Dios y a la humanidad, luego no quedará impune en esta vida y mucho menos en la eterna.