Es posible que el agotamiento de la gente de a pie, pobres y ricos, de las escenas de destrucción, material y sicológica, actúen en contra de esta protesta indefinida. En general a pesar de lo absurdo de las aglomeraciones, en medio de la pandemia, nadie se opone al diálogo ni en poder concretar, al nivel de lo posible, las propuestas, aún con las dificultades en su representatividad y vocería. Sin embargo, la mayoría silenciosa está diciendo basta, incluidas las familias de los manifestantes.
He podido entablar varias conversaciones, no precisamente con intelectuales o políticos o jóvenes de clase alta, si no con familias bogotanas, que viven con bajos recursos y tienen más claridad que cualquiera sobre la enorme crisis que ha traído el paro nacional, en concreto por la destrucción y total contradicción con el concepto de una manifestación pacífica.
Hay líneas que una familia común siempre protege como es cuidarse del encarecimiento de la canasta básica, de su salud y de la posibilidad de encontrar o sostener su actividad económica o laboral, así sea en la informalidad, unido ahora al deseo porque termine la pandemia.
Cuánto se quiere no escuchar el paso continuo de una y otra ambulancia y no tener la amenaza, especialmente en la noche, de un posible daño al entorno. En precarias condiciones, la destrucción lo empeora todo.
Dos trinos del secretario de gobierno de Bogotá, Luis Ernesto Gómez, de tendencia no precisamente cercana al presidente, que palpa el movimiento en la calle, ponen en vivo la realidad de esta hecatombe, entendida como una tragedia que produce grandes destrozos y muchas desgracias humanas y materiales:
- “No vamos a acabar con el abuso policial y los excesos en el uso de la fuerza con más abusos y excesos. A la Policía hay que reformarla, educarla y mejorarla, no acabarla. A los policías que violan derechos humanos hay que retirarlos de la entidad, no quemarlos”.
- “Por mentiras difundidas desde algunos sectores políticos, afirmando que las ambulancias trasladaban heridos al Portal Américas o que cargaban armamento, fueron atacadas anoche 16 que sólo socorrían heridos civiles y uniformados. ¿A dónde pretenden llegar con esta locura?”
Esa es la pregunta: ¿a dónde se quiere llegar con esta locura? ¿Por qué los voceros visibles de esta convocatoria no se enfurecen ante estos desmanes? ¿Por qué no asumen una responsabilidad de parar ante este desborde? ¿Están conscientes de esta barbarie?
¿Será que puntualmente detrás de quienes vandalizan, que a la vista son reacciones compulsivas y salidas de madre, hay algo de fondo como es el consumo descontrolado de sustancias psicoactivas, que en términos del Observatorio de Drogas ha tocado un punto crítico en Colombia, ante un mercado y consumo de drogas ilícitas en crecimiento cada vez más amplio y diverso? Es un punto de salud pública que los mismos jóvenes deberían poner sobre la mesa. ¿Qué tanto desenfreno procede de la mezcla con adicción severa a las drogas?
Uno es el ideal de la manifestación pacífica, otro la destrucción y otros los bloqueos, cuyas raíces, cada una, pueden verse desde la sensatez de las partes a decir basta. Una protesta indefinida azuza la profundidad de los problemas, trae mayor adversidad frente al control de la pandemia, da espacio a los actores de destrucción y lleva al agotamiento de la gente.
*Presidente Corporación Pensamiento Siglo XXI
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