Nicaragua en la deriva autoritaria | El Nuevo Siglo
Lunes, 8 de Noviembre de 2021

La primera vez que Daniel Ortega fue elegido presidente (1984) para suceder a la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional tras el triunfo de la revolución sandinista (1979) que derrocó al tirano Anastasio Somoza, la situación estuvo rodeada de tres cosas inéditas en una país con una historia política tan convulsionada y violenta: primero que la participación electoral fue aproximadamente del 80% del censo electoral; segundo que la mayoría de los miembros de la comisión de observación electoral calificaron los comicios como libres y de resaltar en América Latina y, tercero que el candidato del FSLN fuera Daniel Ortega.

Distintos actores reconocen que uno de los hechos decisivos para la entrada triunfal del FSLN en Managua, ese 19 de julio, fue la reunificación y superación de su división interna a finales de 1978. Pues, había tres líneas que señalaban una ruta distinta para conseguir la victoria: 1. el trabajo político con la base campesina; 2. La guerra de guerrillas prolongada y, 3. La insurrección urbana con el apoyo de la clase media. Se dice que esta tercera línea, liderada por Humberto Ortega, fue la que adoptó el Frente y condujo a la victoria. Reclamando entonces su lugar en el poder. Pero, Humberto no buscaba protagonismo y lo dejó a su hermano Daniel, quien para muchos era relativamente desconocido y apocado en comparación con los demás comandantes.

Mucha agua ha corrido desde entonces, incluida la prolongada guerra de la contra, financiada por la administración Reagan, y el debilitamiento del gobierno de Ortega que llevó a la salida de los sandinistas en 1990, tras perder las elecciones y reconocer su derrota frente a la opositora Violeta Barrios de Chamorro; a la que sucedieron dos gobiernos liberales. Dieciséis años después, tras proclamarse jefe único del FSLN, Daniel Ortega volvió a la presidencia el 10 de enero de 2007.

Se reeligió en 2012 y 2017, después de introducir la reelección indefinida. Y en 2018 reprimió violentamente las protestas contra su gobierno, causando más de 300 muertos. Esto marcó el punto de inflexión por el abuso de poder y de la fuerza letal; desatando la persecución a sus opositores y antiguos compañeros. Muchos de ellos hoy presos y otros tantos en el exilio. La ambición compartida con un reducido círculo que se beneficia sin pudor, ha llevado al sometimiento de los otros poderes. Ahora el Ejecutivo en cabeza de la pareja presidencial y vicepresidencial -extravagante caso- controla todo. El informe de la CIDH calificó la situación como de estado policial y de cierre de espacios democráticos.

¿Qué lleva hoy a un mandatario (el presidente) a desplegar un poder ilimitado sobre sus mandantes (los ciudadanos)? Las respuestas empiezan a surgir. Pero, al mantenerse en el poder tras unos comicios ilegítimos como los del pasado domingo, Ortega asumió ante la comunidad internacional su opción por la tiranía frente al pueblo de Nicaragua. Así, la democracia en la región sufre otro duro golpe en una época de crecientes amenazas. Y de nuevo la lección: la independencia y separación de poderes, así como las elecciones libres son garantía que no puede debilitarse en los estados democráticos de derecho.

@Fer_GuzmanR