Presenté, en anterior comentario, unas primeras ideas para ir precisando que en Colombia no tenemos ni Estado “confesional” ni “laico”. Precisamos que “laicismo” es rechazo a lo “sagrado”, pero que “laicidad” es no tomar partido desde el Gobierno ni en pro ni en contra de lo religioso. Para llegar a precisiones sobre el tema propuesto, hemos de avanzar en constataciones sobre el texto mismo de nuestra Constitución, y precisar su postura al respecto. Por ello hemos destacado ya expresiones de respeto a creencias y prácticas religiosas de varios Artículos, desde el 1º hasta el 19º, y su mismo Preámbulo, en donde, sin estar de lado de la “confesionalidad” del Estado, se evidencia que en ella no se proclama “un laicismo de Estado”, sino una “laicidad”, bien entendida.
Pero, antes de abordar el tema central, con base en el articulado de la Constitución, es conveniente echar una mirada a aspectos de lo ocurrido en el correr de los siglos. Es de rememorar el pensamiento de jurisconsultos antiguos como Platón (428 – 348 a.C.), Plutarco (40 a.C.) y Cicerón (106 –43 a.C.) con expresiones en las que constatan que se tienen bases en el sentir religioso de los humanos, que es llevado a términos legales.
Ampliando lo anterior sobre relación de las leyes fundamentales de la religión y normas de los pueblos, tenemos cómo Platón manifestó que lo “fundamental para toda República bien constituida es una religión”, pues “una verdadera base de ella está en su religión”. Plutarco (45 a.C.) afirmaba que era más fácil fundar una ciudad sin piso firme que levantarla sin la base de una religión. De Cicerón, es de resaltar lo expresado en discurso en el que aludía a distintas naciones cuya estabilidad no ha estado ni en el número de súbditos, ni en su fortaleza terrena, ni en sus artes, sino “en su piedad y religión, y la sabiduría que les habían comunicado sus dioses”.
Realizada esa visión de años remotos, son de tener en cuenta hechos que muestran la relación entre lo religioso y lo profano desde la presencia del cristianismo en el mundo. Frase fundamental de esa relación es la respuesta de Jesucristo:“dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Como manera de practicar esa relación, hay inicio cuando el Emperador Constantino libró al Cristianismo de la férula de las persecuciones (313), y comenzaron a influir los Gobernantes convertidos. Surgen situaciones e interpretaciones de esa relación con S. Agustín (354-430), en su “Ciudad de Dios”, que recomendaba la interrelación estrecha del poder temporal con el espiritual. Hubo proteccionismos como los de Pipino el Breve y Carlomagno, del 750 al 800, así como en los subsiguientes Estados Pontificios, que trajeron grandes dificultades. También hubo graves traumas causadas a la Iglesia con “las investiduras”, o intervenciones de los Estados en la Iglesia, contra las que luchó el Papa Gregorio VII (1073 - 1085). Nuevo proteccionismo fue el de los Reyes de España a la Iglesia, en sus colonias, con base en el llamado “Real Patronato de Indias”. Estas experiencias de confesionalismo, en términos generales, no fueron favorables.
Ya en nuestra época, ilumina el tema de religión que engrandece leyes constitucionales, la muy expresiva afirmación del Papa S. Juan XXIII, en su Encíclica “La Paz en la Tierra”. Pone de manifiesto, allí, la infinita altura que toma la creación cuando se acepta la presencia de un Dios creador (n. 3), y cómo cuando se quiere orientar un Estado prescindiendo de Él, y con base en la sola fuerza, se avanza por sendas “inhumanas” (n. 34). A su vez el Concilio Vaticano II, en la Constitución “Alegría y Esperanza”, señala como grave mal de nuestros días “la negación de Dios, y querer hasta colocar esa actitud como exigencia del progreso científico y de un cierto humanismo nuevo” (Nº 8). (Continuará).*
Obispo Emérito de Garzón Email: