En La Gaya Ciencia, Nietzsche presenta a un “loco” que corre hacia el “mercado” gritando “Dios ha muerto”, y a los incrédulos les pregunta: “¿No anochece continuamente y se hace cada vez más oscuro?”.
Tal como las cruzadas, la tecnocracia y el neoliberalismo fueron genocidas. Según Weil, “La sociedad burguesa está atacada por una monomanía […] no duda en sacrificar vidas humanas a las cifras que cuadran sobre el papel […] padecemos todos un poco el contagio de esta idea fija y nos dejamos hipnotizar” (La Condición Obrera, 2010).
El sadismo de los fundamentalistas -economistas, contadores o financieros-, se profesa como burla de su inmoralidad e irresolutos errores, jactándose con aquella anécdota donde delimitan el espacio de búsqueda de unas llaves perdidas, bajo el único candil disponible -ignorando que donde hay luz existen sombras-.
En la sección “Los Síntomas de la Corrupción”, Nietzsche da cuenta del tentador egoísmo, causado o mediado por “la necesidad de asegurarse contra los terribles vaivenes de la suerte”. A partir de entonces, los valores presentes y futuros de la ética se comportan como los de la maligna, absurda o ficticia deuda, y matemática financiera.
Hawking desmintió a Einstein, y juró que Dios jugaba a los dados. Ciertamente, los dioses del mercado se esconden para no rendir cuentas respecto a tanta injusticia, y permitirse manipular el resultado de cada lanzamiento, tal como acostumbran esas cajas negras modernas a las que atribuimos los dones de la emisión y “recomendación”.
Personalmente, perdí la fe en el dios del mercado. Y la sociedad me ha condenado al exilio: paradójicamente, unas personas me tildan de “loco”, pese a que nunca me afiliaría al “Socialismo del siglo XXI”; y, aunque cambié el ateísmo por agnosticismo, otras me descalifican porque no consumo el vino ni dispongo de la riqueza que ostenta ese sacerdote de la farándula, que renunció a sus votos tras vender que “el man estaba vivo”.
El darwinismo, obsesionado con alguna Súper Especie, sustituyó la idea de Dios con la del Súper Hombre, y luego subió su apuesta a la Súper Máquina. Entretanto, en su variante económica, el neoliberalismo, la competitividad se convirtió en sinónimo de canibalismo y voracidad, y su apología reside en la razón actuarial o el costo de oportunidad.
La única excepción que vale, en términos de sobrevivencia, es salvar al banco menos fuerte. Para todo lo demás, en la era de los “promedievales” sesgados, la clase media sufrirá el mismo destino que los desequilibrados sindicatos: la inquisición o la extinción.
Monoteísta, el mercado sacrificó al Estado de Bienestar y le rinde tributo al neoliberalismo. Pero su promesa de salvación utilitarista era un sofisma; de acuerdo con un vade retro del siglo XIX, “Si no estamos dispuestos a rendirnos ante un emperador, no deberíamos rendirnos ante un autócrata del comercio” (The Spirit behind the Sherman Anti-Trust Law, 1912).
La Optimalidad de Pareto, mejor conocida como Regla 80-20, supuestamente mejoraría la distribución de la renta, pero ahora el 1% de la población posee el 99% de la riqueza: un balance absolutamente anti socialdemócrata.
Según Byung-Chul Han, “somos los órganos sexuales del capital”; y, agrego, ese “gen egoísta” parece inmortal. Aunque el eco del sueño marxista fue tergiversado, su profecía empieza a recobrar pertinencia: el neoliberalismo “es trabajo muerto que, como un vampiro, vive sólo de chupar trabajo vivo” (Capital - A Critique of Political Economy, Volume One).
Persiguiendo estrellas fugaces, no se hacen milagros.