Muerte de un tirano | El Nuevo Siglo
Sábado, 10 de Diciembre de 2016

Toda fecha es buena para festejar la muerte de un tirano. Toda época es propicia para los entierros de aquellos que con su vida no solamente propagaron la miseria y el dolor sino que fueron los artífices de los más deleznables crímenes contra la raza humana.

Por estos días murió Fidel Castro, reconocido dictador del Caribe más por su incontinencia verbal y sus métodos de criminalidad y barbarie que por sus positivos resultados. Bajo el gobierno del excremental Fulgencio Batista la isla estaba sometida pero era próspera. Se vivía una bonanza nunca antes vista y, salvo por su pueril sistema de gobierno, los habitantes disfrutaban de uno de los mejores sistemas educativos, de salud e incluso, eran considerados una potencia mundial en deporte.

A la partida de Fidel, la isla aún alcanza unos niveles aceptables en todos esos campos desde la teoría pero siempre infinitamente inferiores a como la recibieron. La dictadura cambió de mano y, ciertamente, de ideología, empero, antes que representar progreso conllevó a una igualación por lo bajo ante el lema “todos pobres pero ninguno miserable”

El desprecio por la libertad individual y la cultura del mérito y una singular y caribeña idolatría por el Estado hicieron de este hermoso paraje latinoamericano la más grande cárcel del mundo, donde la gente paga por poder salir y donde su intento se castiga con la pena muerte.

Vivieron de su complejo de víctimas, siempre echándole la culpa de sus propios males a la CIA, a los gringos, a los neoliberales, a la caída del imperio soviético pero nunca echaron un vistazo a sus propios defectos quizás porque los dirigentes del único partido político que tienen, el comunista, nadaban en ríos de prosperidad y danzaban en millones.

Su paranoia antiliberal, tal y como magistralmente lo enseñan Kaiser y Alvarez en su obra “El engaño Populista”, los llevó a transitar  por el sendero de la pobreza sostenida y estable. No hay inventos porque no hay expectativa ni réditos; no hay creatividad porque todo está en las manos del Estado; no hay sueños porque la isla es pequeña y limitada; no hay futuro porque toda vida se encuentra determinada por los dirigentes de la revolución.

Para finalizar, la obsesión por la igualdad material de las gentes, esa tan antinatural como éticamente reprochable, trajo consigo el amor por la imposición, la homogeneidad y la pobreza. Al fin de cuentas, el hambre no hace distinción siempre y cuando no toque a Fidel y su camarilla, quienes se reputan tan crueles como billonarios.

*Miembro de la Corporación Pensamiento Siglo XXI.