Así como el movimiento de las placas tectónicas, a medida que chocan unas con otras y se reacomodan, produce terremotos -unos más perceptibles que otros, unos más destructivos, y algunos francamente catastróficos-; también hay movimientos geopolíticos que alteran la estructura del sistema internacional, y al hacerlo provocan conmociones de variada intensidad.
En efecto: los cambios en la localización y distribución del poder, la sustitución de unos centros de poder por otros, la aparición de nuevas manifestaciones de poder y el descubrimiento de fuentes alternativas para obtenerlo, modifican no sólo el tablero, sino también la nómina de jugadores, e incluso las reglas de la política internacional.
Si algo ha definido el año que hoy termina, y definirá los años por venir, es precisamente este tipo de cambios, verdaderos movimientos tectónicos que preludian la emergencia de un nuevo (des)orden internacional, cuya naturaleza es aún difícil de prever. A veces, esos cambios pueden parecer innovaciones sin precedentes. Otras, un retorno al pasado. Lo que está fuera de discusión es que durante 2017 la política internacional transcurrió en una especie de limbo, oscilando erráticamente entre un orden ya muerto y otro aún incapaz de nacer.
En un nivel superior, a escala global, estos movimientos se expresan principalmente como la reactivación de la competencia entre las grandes potencias, la reivindicación de antiguas áreas de influencia y la construcción de nuevas redes y conexiones -extractivas y providentes- por las que circulan distintos y cuantiosos recursos, y que definen potenciales alineamientos.
En un nivel medio, estos cambios se hacen palmarios a medida que se intensifican las disputas por los liderazgos regionales, para lo cual cada aspirante emplea toda suerte de instrumentos y estratagemas: la promoción de nuevas organizaciones internacionales, el patrocinio de guerras subsidiarias, el acercamiento selectivo a las grandes potencias para obtener su validación, la injerencia más o menos velada en los procesos internos de otros, etc.
En un nivel inferior, parecen haberse desatado diversas fuerzas centrífugas que estremecen los cimientos del orden internacional estado-céntrico que durante más de cuatro siglos ha estado vigente. Independentismos y secesionismos, en primer lugar, pero también la exigencia que hacen las ciudades, e incluso los movimientos sociales, de un lugar propio en la mesa en la que se discuten los grandes asuntos globales, son sintomáticos de una nueva lógica que, si bien no pone en entredicho el protagonismo del Estado, sí obliga a repensar la ecuación con la que tradicionalmente se ha interpretado la política internacional. Y algo similar puede decirse del papel cada vez más importante que tienen las corporaciones transnacionales en temas tan diversos como la exploración espacial o el desarrollo de la inteligencia artificial… (Por no hablar de las implicaciones que en este sentido tiene la aparición de criptomonedas, alternativa y desafío simultáneo a las premisas habituales sobre el papel de la banca central -y por ende, del Estado- en el funcionamiento de la economía).
No será 2018 el año en que se aclare el panorama. Pasarán todavía muchas cosas antes de que pueda saberse con alguna certidumbre en qué dirección y con qué sentido se encamina el mundo. Son tiempos interesantes -desde el punto de vista de los analistas políticos, de los expertos en Relaciones Internacionales- pero también dramáticos para quienes experimentan de manera directa las consecuencias más dolorosas de este reacomodamiento geopolítico, para los “daños colaterales” del sinuoso proceso de transición actualmente en desarrollo.
No vale mucho la pena preguntarse si el mundo del mañana será mejor o peor que el mundo de hoy o el mundo de ayer. A fin de cuentas, cada generación tiene que apañárselas como puede con el mundo que le toca vivir. Tan descarnado realismo, sin embargo, no implica renunciar a la posibilidad de que, con todas las dificultades, el futuro siga encarnando una promesa antes que una fatalidad. Y a ello debería dedicar la humanidad su fuerza y su creatividad durante el año que está a punto de empezar.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales