Paz pero no a cualquier precio
Al recibir noticias que nos llegan desde La Habana, del “proceso de paz” que allá se adelanta, hay momentos en los que se vislumbra alguna esperanza, pero siguen otros que solo suscitan serios interrogantes. Solo nos da paz, espiritualmente nuestra confianza en Dios, en cuyas manos, y no en otras, fincamos nuestra esperanza para la superación de tan agudos problemas nacionales.
Noticia que suscitó algún alivio fue la de que los voceros de la Farc hubieran hablado de “posibles excesos” de esa organización subversiva en sus años de lucha. Debería haberse comenzado por ello, y no por el arrogante discurso en Oslo, cuando se abrían las conversaciones, idéntico o más acentuado que el del inicio de los diálogos del Caguán. Ese tono inicial nos dejó perplejos, y, solo la necesidad de avanzar en pasos hacia la paz, mantuvo el ánimo en el Gobierno de proseguir el proceso. Esa declaración se ha considerado como un leve celaje de buena voluntad, ojalá verdadera, de parte de la guerrilla.
Bueno noticia aquella, pues en lo comunitario, como en lo personal, no habrá verdadero camino para superar los graves males de un conflicto si no hay “sincero arrepentimiento” de los pecados y errores cometidos, y “firme propósito” de no volver a ellos. Pero es importante no condicionar esa indispensable actitud a que se exija vayan adelante, en ella, a los demás implicados en el conflicto. Existe siempre el peligro, cuando no hay firmeza en las decisiones, de querer, arreglar los problemas invitando a rezar un “Yo pecador” especial, en el que no se piense tanto en las fallas propias sino en las de los demás, diciendo no “por mi culpa” sino “por su culpa, por su grandísima culpa”. Así nada se arregla, y ese ha sido el tono de la guerrilla cuando apenas medio reconocen sus fallas, y piden a los demás arrepentimiento y enmienda de sus “gravísimas culpas”.
De verdad, y no es oposición a que haya esfuerzos porque algo salga de ese “proceso de paz” que trata de tejerse en La Habana, de verdad hay qué decir que se quiere la paz pero que no se la puede negociar a cualquier precio. Primera base es ese ánimo sincero de no seguir pensando en que se puede avanzar hacia ella sin arrepentimiento de los graves crímenes cometidos, dizque como búsqueda del bien de la Nación, y sin propósito de dejar, definitivamente, ese loco e infructuoso camino de la lucha armada.
Firmar una paz dejando intacto el narcotráfico de los actuales grupos subversivos y su inmenso arsenal de armas, creo sería ingenua e irresponsable negociación. Firmar una paz con absolución general a unas personas sobre cuyas cabezas pesa la reparación a tantas víctimas de la violencia, con total impunidad y más bien premiándolos con curules en el Parlamento, es algo inadmisible. Que se premie con esas dádivas a ellos, algo que cuesta tanto al país es para que sean punto de apoyo para seguir aleccionando a los colombianos de ideales materialistas e inhumanos.
Ojalá nos digan que esos despropósitos ni se han pensado, porque sería desestimulante que haya poco apoyo a campesinos y obreros honestos, y a correctos empresarios en pequeños o en grande, cuando nada de ubicación se les ofrece en los cuerpos colegiado, en tanto que se les sirvan en bandeja de plata esas posibilidades a quienes han propiciado destrozos e inmolado inocentes victimas en demenciales ataques. De verdad todo eso hay qué evitar en el Referendo que nos van a presentar si no se quiere llegar a un rotundo no de parte de un sensato pueblo colombiano. Cuidado con ese fracaso después de tanto dinero invertido, gastos en La Habana. Es que se quiere la paz pero no a cualquier precio.
Qué bien que todo se organizara a la luz de esta sapiente guía: “Amor y Verdad se han dado cita. Justicia y Paz se besan”. (Sal. 85,11).
*Presidente del Tribunal Ecco. Nacional