Fe profunda del pueblo colombiano
Tal vez para unos pocos es motivo de vergüenza, pero para la inmensa mayoría título de honor, la fe profunda del pueblo colombiano. Lamentablemente, tantos crímenes de la violencia armada e intrafamiliar, y tantos negocios turbios de algunos de los nuestros, difunden fama negativa de nuestro país, pero, en medio de esas innegables fallas de algunos compatriotas, el denominador común es el de una religiosidad que se lleva en las venas. No que sea exclusivamente nuestro, sino, felizmente, compartido por distintos pueblos y naciones, es realidad que nos ubica en primera fila de los creyentes.
Propagan algunos que la cristianización del Continente y de Colombia fue algo superficial e impositivo, pero la profundidad de convicciones y la estabilidad en ellas son demostración de que la siembra fue de calidad por lo sencilla, y por el estilo y vivencialidad de los sembradores. Graves antitestimonios hubo de parte de conquistadores y colonizadores, pero, el germen religioso que había en los aborígenes, el testimonio de misioneros, y la defensa de parte de ellos de los nativos, la constancia y sacrificio con que se hizo la siembra religiosa, la visible asistencia celestial, lograron esa realidad de fe profunda del pueblo colombiano.
Que en nombre de Dios se hayan cometido abusos es innegable, pero, el positivo y valioso contenido de la Evangelización ha dado potencia para defenderse de esas carcomas, así como un organismo sano se defiende de los virus que tratan de inficionarlo. Actitudes como las de los misioneros De las Casas, o vidas ofrendadas a favor de los negritos esclavos como la de S. Pedro Claver, y a favor de los indígenas como la Madre Laura Montoya, son testimonios vivos que gritan un mentís a quienes quieran minimizar la siembra evangelizadora, y respuesta irrefutable a quienes la sindican hasta de “negocio religioso”, según calificativo de obcecados columnistas de prensa envenenados con fobia antirreligiosa.
Cómo conforta, en nuestros días, que a pensar de los ríos de tinta en escritos contrarios a la religión, y de diarias vociferaciones en radio y televisión en esa línea negativa, sentir la perseverancia de tantas personas que disfrutan con gozo de la preciosa herencia de fe recibida de nuestros mayores. Hay quienes con arrojo y decisión, en todas las clases sociales, defienden los principios religiosos en cuanto a respeto a la vida humana desde el vientre materno, y la dignidad del matrimonio y de la familia, que piden, también, mano firme ante tanta corrupción en negocios públicos y privados y ante crímenes atroces cometidos desde violencia organizada.
Tenemos, además, una multitud innúmera de colombianos que con sencilla devoción acuden a la Misa dominical, a piadosa celebración de Semana Santa, a orar en santuarios de la Virgen bajo advocaciones del Carmen, de las Mercedes o del Rosario, al Señor de los Milagros o al Divino Niño, y testimonios de familias enteras que festejan devotamente la Primera Comunión, o el Bautismo o el Matrimonio exaltado a Sacramento. Gentes sencillas del campo, obreros que ofrecen su trabajo a Dios, funcionarios públicos de las diversas categorías, banqueros o profesionales, de todas las edades y de todas las latitudes de la Nación, los encontramos, por igual, dando testimonio y colaboración a la difusión de esa fe que es orgullo del pueblo colombiano.
Líderes de nuestra nacionalidad como un Bolívar o un Santander, un Nariño o un Sucre, un Núñez o un Marco Fidel Suárez, en medio de los ires y venires de los pensamientos de su época, dieron muestras de la fe presente en sus mentes y corazones. Los mismos que ostentan “ateísmo”, son los que dicen“gracias a Dios soy ateo”. Hasta allá llega esa profunda fe de los colombianos, consciente o inconscientemente manifestada.
*Presidente del Tribunal Ecco. Nacional