DESVÍOS HUMANOS
Horrendo… incalificable
“YO conocía el mal, yo había analizado la bestia humana en su brutal desenfreno, pero nunca pasó por mi mente que se llegara a crímenes tan despiadados y atroces”, dijo un preciado orador sagrado ante la manera bárbara y de refinada sevicia como se quitó la vida, en Armero, al virtuoso sacerdote Pedro María Ramírez (10-04-48). Ahora, cuando las armas asesinas, en varios lugares del país han segado las vidas, también en forma atroz, a niños inocentes, reviven en la mente aquellas dolidas lamentaciones.
En la Sagrada Biblia, mensaje de Dios que ante los desvíos humanos hace oír su voz sapiente y justiciera, aparece en sus primeras páginas la actitud horrenda del humano que por envidia mata, desalmado, a su hermano (Gen. 4). Pero, enseguida, está el grito divino como llamado a que esas barbaridades desaparezcan de la faz de la Tierra, haciendo llegar, a quienes tengan sentimientos humanos en el santuario de la conciencia, para que se oiga, si queremos sobrevivir. “La sangre de tu hermano clama a mi desde el suelo”, grita el Señor a Caín, y agrega como condena ineludible, que será el clamor perenne de la conciencia: “vagabundo y errante serás en la Tierra”. Es el mismo Jesucristo quien desaprueba a Pedro hechos de sangre en defensa suya: “Vuelve tu espada a su sitio, porque todo el que empuñe la espada a espada morirá”. (Mt. 26,52).
Han quedado estigmatizadas como personas sin entrañas el Faraón de Egipto que ordena pasar a espada a los niños varones israelitas (Ex. 1,16) y el “cruel Herodes” que con frialdad aterradora ordena matar a los niños de Belén menores de dos años (Mt. 2,16), ambos por temor de que un día tambalearan sus tronos. Parecían cosas del pasado, suficientemente execradas, pero en nuestra época un Hitler da órdenes parecidas, y, en países tan culturizados y evangelizados como el nuestro, en forma tan espantosa pululan esos horrendos crímenes a manos de variada clase de personas. Horrible, desnaturalizado el caso, de una madre que mata a sus propios hijos; horrendo matar y despedazar, en otro sitio, a un niño; perverso el contratar asesinos para matar unos niños como venganza en disputa de unas cuartas de tierra “¿¡En qué nación estamos?! Qué República tenemos?”, exclamaba Cicerón cien años antes de Cristo.
Pero a estos abismos se llega por la insania humana, que, acicateada por la soberbia, hace que anide en el corazón la desobediencia (Gen. 3,5), y la su negación del mismo Dios, como primer paso a tapar los oídos a su voz que se hace sentir en la conciencia en lo personal, y se propicia que esto se haga en las sociedades. Suprimamos de la mente humana la verdad de Dios, y voz divina, y no nos extrañemos que pasemos a adorar las bestias y a ver a la humanidad en procederes más bárbaros que los de los mismos salvajes. El “Papa Bueno”, el Papa bondadoso, S. Juan XXIII, en su Encíclica Pacem in Terris, con delicadeza pero con diáfana claridad señalaba el gran absurdo de querer construir un mundo sin Dios. No es por precepto religioso sino por inteligencia y razón como se llega a Él, y se ve que si dejamos de lado su sapiente y bondadosa voz, se nos hunde la misma convivencia humana, como lo estamos constatando.
Hay que frenar esas horrendas e incalificables barbaries que nos vienen rodeando, hay que poner salvaguardias estables a una paz duradera para la cual es necesario tener en alto los preceptos divinos, comenzando por el “No matarás” (Ex. 20,14). Horrendo y desestabilizador todo atentado contra la vida, comenzando por la de los niños ya nacidos, y, más aún la de los niños en el vientre materno, evitando el aborto, el más cruel y cobarde asesinato, que lamentablemente deja indolentes a tantos, que sí se espantan de otras atrocidades.
*Presidente del Tribunal Ecco. Nal.