UNA IMAGEN VALE MÁS QUE MIL PALABRAS
Bajo “El abrazo de la serpiente”
NO soy tan distante de lo relacionado con el cine, admiro la capacidad en muchos aspectos de sus productores, la multiplicidad de efectos de luz, y agilidad para captar preciosas imágenes, la naturalidad e impactantes expresiones de los actores. Para mí lo más de fondo es el mensaje, pues es grande verdad que “una imagen vale más que mil palabras”. Por los comentarios favorables, y por la satisfacción patriótica de que algo de Colombia estuviera sobresaliendo a escala mundial, fui a ver la galardonada película “El abrazo de la serpiente”.
Admiré el arte cinematográfico de esa película y no encuentro exagerados los positivos comentarios sobre este aspecto. No he tenido la experiencia de un José Eustasio Rivera o de un Rafael Reyes de estar inmerso entre ríos y selvas de esta patria nuestra, pero sí he estado cerca de ellos por sus escritos, en especial de la magnífica prosa y vibrante poesía del primero de ellos. Sobrevolé hacia Leticia y Manaos, y sentí la emoción de contemplar desde la altura la selva ilímite y los grávidos ríos, cual inmensas serpientes que abrazan la madre tierra, realidad magnífica que pudo inspirar, al lado de míticas leyendas, el título de la película.
Aprecié la calidad de los actores, posesionados de cuanto representan, que cumplen su misión compenetrados de cuanto sus guionistas lo han colocado a representar. Se vive el sentir de los indígenas que aceptan o rechazan, con énfasis, cuanto se les quiere hacer vivir en contra de sus atávicas costumbres y estilos, se acompaña a los investigadores extranjeros en su empeño de encontrar datos nuevos de valor y en el apego de los documentos, fruto de su persistente labor. Así mismo se palpa la alegría o el dolor de los que llevan a esos ambientes un contenido religioso, entregado con honda convicción desde la propia fe, con perseverante dedicación y hasta con extremadas actuaciones según su saber y entender.
Como mensaje general, lo más importante, es, en esta película, el acercamiento al misterio de la naturaleza en esas amplias regiones del Continente, y poner de manifiesto el sentir de los aborígenes y el de los que se acercan a ellos con fines científicos o de sublimar su vivir con pensamientos que los llevan más allá de sus primitivas tradiciones. Es este último aspecto deja entrever el autor de la película la prevención de muchos ante todo intento de cambio de los nativos, por lo que se presenta, en forma ciertamente exagerada y brusca, el estilo misionero del catolicismo y los míticos endiosamientos de agentes de otros credos. Se han dado, en verdad actuaciones desenfocadas y erradas en esos esfuerzos por sembrar una fe, algo que se intenta en todas las culturas como avance y perfeccionamiento humano, algo dejado de lado en la película, dejando, en cambio, un ambiente negativo por modalidades bruscas y hasta fieras, que no han sido la regla general.
No aparece, ni aludida de paso, la labor meritoria de centenares de abnegados difusores de la fe, con el estilo de un Jesús de Nazareth que estuvo al lado de los pobres y de los débiles dándoles amor y esperanza, con innegable aporte a la cultura y a empresas productivas como hicieron, entre otros, los Jesuitas, todo ello como semilla de paz y de progreso. Esto, y no excepcional bárbaro trato a los indígenas, ha debido resaltarse en la película. Lo anterior, sin demeritar los méritos de ella, pero, en honor a la verdad y a la justicia histórica, era preciso colocarlo entre los valores de lo existente en esas regiones.
Entre los grandes valores de ese galardonado film, cuyo triunfo celebramos, bien merecido por todo los demás aspectos mencionados, aparece sí esa falla que, como creyentes católicos, no podemos dejar de advertir, pues es desfiguración que contrasta con los demás aspectos, bien tratados, en ese “Abrazo de la serpiente”.
*Expresidente Tribunal Ecco. Nal.