Al culminar gran jornada de dimensión mundial, la Asamblea General del Sínodo de Obispos, realizada días antes en Roma, en torno del Papa Francisco, con unas trescientas eminentes personas provenientes de los cinco continentes, se dio magisterial “Documento Final”. Se consignan allí sabias reflexiones referentes a su tema central: “la valoración y misión de la familia de hoy”. Por el estilo de unidad fraterna en el que se realizó esa magna Asamblea, y por el sapiente contenido de las reflexiones emanadas, estamos seguros que serán acogidas por fieles hijos de la Iglesia, en todo el orbe. Surge, de allí, fundada esperanza de tener, benéfica proyección de esas enseñanzas y un beneficioso post-sínodo.Ya he compartido, en anterior reflexión, ideas salientes de ese documento: el edificante espíritu en el que se adelantó el Sínodo, en amplio y fraterno diálogo aún con corrientes contrapuestas, ante temas vitales. Hemos aludido a tres grandes partes en las que dividieron el documento, como son, en primer término, una Iglesia solícita por la familia como algo insustituible para la humanidad, y, en segunda, el colocar esa inicial comunidad humana como fundamental para el ser mismo de la Iglesia, integrante de su realización.
La tercera parte de ese tan importante documento, trata sobre “la misión de la familia”.Tiene el propósito de destacar concretas aplicaciones para que ella sea lo que debe ser, y llamadas pastorales como guía para el trato a los fieles en las más variadas circunstancias que se dan en ella. Hay especiales consideraciones en relación con quienes se encuentran en situaciones no acordes con la disciplina general de la Iglesia, con materna preocupación por ellas, dentro de claros y firmes principios. Se dan, allí, indicaciones, de desvelado y misericordioso celo pastoral, pero sin quebrantamiento de normas disciplinarias, por las que se reclama respetuoso acatamiento, con aplicación con caridad y misericordia.
Viene, en esta tercera parte, recomendación para esmerada preparación al matrimonio, para su consciente y decorosa celebración, con llamado a que haya la debida formación doctrinal y de criterio a los presbíteros y demás agentes, que toman parte en todos los aspectos de la pastoral familiar. Hay, también, llamados a tener siempre en cuenta la doctrina de la Iglesia, en relación con la responsabilidad en la transmisión de la vida, y en el deber de la debida educación de los hijos, con acompañamiento de todas las personas en sus diversas situaciones. Con ternura se habla, de la acogida amorosa a los hijos, desde el vientre materno, que son “don de Dios” y han de tener primer puesto en la vida familiar (n.26).
Habla, el documento, de la actitud que ha de tener la Iglesia hacia todas las personas, al estilo del Señor Jesús, independientemente de su tendencia sexual, con cuidado de evitar marcarlas con injusta discriminación. Pero, ante proyecto de equiparar las convivencias homosexuales con el matrimonio entre varón y mujer, como lo estableció el Creador, se advierte, que no se está cometiendo injusta discriminación (n.76). Igualmente, cuando habla de adopción de niños, por parejas heterosexuales, que estas parejas, y no las de homosexuales, serán las que han de dar debido hogar a niños desamparados (n.65).
Con gran prudencia trata el documento el tema de la comunión a los “divorciados” de matrimonios católicos, vueltos a casar, con llamado a especial atención, en cada caso, al “juicio de la imputabilidad subjetiva”, manteniendo las normas generales que se han tenido, e invitando a coloquio personal con un sacerdote, en el fuero interno, con llamado a no prescindir de las exigencias de la verdad y de la caridad. Hay recomendación a recibir estas normas pastorales, exigentes, en actitud de humildad y gran amor a la Iglesia.
*Expresidente Tribunal Eclesiástico Nal.