Grandes servidores de la humanidad
Se dan los Papas el título de “siervos de los siervos de Dios”, y, efectivamente, a la inmensa mayoría de ellos cabe bien señalarlos como tales, por haber consagrado sus vidas, en ese estilo, en su edificante tarea. Son ellos “vicarios de Jesucristo”, quien dijo de sí mismo: “no he venido a ser servido sino a servir, y dar mi vida como rescate de muchos”. (Mc.10, 45).
Realizado por Jesús (el lavatorio de los pies a sus discípulos, en la Última Cena, labor que era propia de esclavos, les dice “ejemplo les he dado para que también ustedes hagan como yo he hecho” (Jn. 13,15). Tenemos, en el momento, un Papa que con espontaneidad vive a la luz de ese ejemplo y mandato, y que ha exaltado a los altares otros dos Papas cuya vida fue, realmente, entrega y servicio a la humanidad. Así el mensaje y testimonio del divino Nazareno sigue presente entre la familia humana, a partir de la cabeza visible de la Iglesia.
¿Qué tuvieron de especial el Papa Juan y el Papa Juan Pablo para que hayan sido proclamados santos? No fue el hecho de haber llegado a ser Sumos Pontífices y haber realizado obras notorias, no fue la sola espontánea voz popular que al uno lo señalara como “bueno” y al otro con reclamo de “¡enseguida santo!”, no fue el número de escritos, aunque de tan alta calidad, no fueron los aplausos ante millares de personas, no, tampoco, el haber logrado atajar en el mundo el avance del materialismo ateo, ni haber sufrido incomprensiones y hasta mortales atentados. Todo aquello tiene valor, pero es fruto de la fuente interior de sus vidas, colocadas en manos de Dios, con confianza infinita, con oración sencilla y asidua. Es resultado de ir en pos de Jesús, con alegría, aun en medio de las mayores penas y dificultades, de “negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirlo” (Mt. 16,24).
Signo de una verdadera santidad es el esfuerzo permanente, a ejemplo de Jesús, por “hacer la voluntad de Dios” (Heb. 10,7), en medio de los mismos defectos y fallas que hay en todo ser humano. Es resultado de no obrar por propio capricho, ni por humana vanidad, sino, como María Santísima, en plena esclavitud (Lc. 1,38) y decir al Señor, cada día, con sinceridad: “¡no a nosotros, Señor, vino a tu nombre da gloria”¡ (Sal. 115,1). Es expresión de santidad reconocer con humildad los propios yerros, luchar diariamente por dejar atrás al “hombre viejo” con todos sus vicios y apetencias (Gal. 5,24), actuar con plena obediencia a Dios y a la Iglesia. Seguir los pasos del Maestro ha sido el cometido de los santos, quienes, a diario, se han preguntado, para estar seguros de su caminar: “¿Qué haría ahora Jesucristo?”
Se ha hablado de varios detalles de la vida de aquellos cristianos, Ángelo Roncalli, de origen campesino, y Karold Wojtyla, hijo de oficial del ejército y madre educadora, de sus hogares que fueron huertos en donde se cultivó su fe y vocación que los llevaron al Pontificado y a la santidad. Grandes sus realizaciones que dieron decisivo impulso a la Iglesia Católica, como la realización del Concilio Vaticano II, así como impulsar lo pedido en las salvadoras enseñanzas dadas desde él. Magistrales los documentos que nos dejaron esos egregios Papas, a quienes les agradecemos todo ello, pero, ante todo, su ejemplo de seguimiento fiel a Jesús, santidad que ha sido con justicia reconocida por la Iglesia, y por millares de participantes, directamente o a través de los medios de comunicación, en su canonización (27-04-14).
Gracias Papa Juan por su sencillez y amor ilímite a Dios y a los humanos, gracias Papa Juan Pablo por su piedad que lo llevó a la tenaz y firme presentación del mensaje cristiano en tantos ángulos de la Tierra. Gracias Papas santos por sus obras, pero, ante todo, por su testimonio de santidad, y así haber sido “grandes servidores de la humanidad”.
*Presidente del Tribunal Ecco. Nacional