Monseñor Libardo Ramírez | El Nuevo Siglo
Domingo, 29 de Mayo de 2016

Ante el progreso de los pueblos

 

VISITÉ, hace pocos días, poblaciones que había conocido como pequeñas, Funza, Mosquera y Madrid, en la Sabana de Bogotá. Fue sorpresivo encontrarlas, a la fecha, como ciudades en pleno desarrollo, circunstancias que me han llevado a pensar en muchos aspectos dignos de resaltar. Como cristiano y Pastor de la Iglesia de Cristo, pensé, enseguida, que ese avance y progreso no está reñido con la fe que pregonó Jesús de Nazaret, sino dentro de sus enseñanzas y en los compromisos que ese factor nos trae a los dirigentes tanto religiosos, como en otras responsabilidades.

                           

He recordado cómo desde las primeras páginas de la Biblia, hay  llamados de Dios a los humanos de llevar adelante  la obra de la creación (Gen. 1,26-27). También,  cómo, desde los primeros días del Concilio Vaticano II, afloró en la mente de los Padres Conciliares, la inquietud de iluminar, con la doctrina, grande tesoro de la Iglesia de Cristo, las realidades humanas, y, de allí brotó ese torrente de luz que se dio, en la Constitución Pastoral dedicada a hablar de La Iglesia en el mundo actual”. Todas esas enseñanzas están dirigidas a colocar al ser humano como centro de la creación. Norma para toda actividad humana, es que sea “conforme al auténtico bien del género humano y permita al hombre cultivar y realizar, íntegramente, su plena vocación” (n.35). Grande es la creación, “casa para la humanidad” como ha recordado recientemente el Papa  Francisco, que llega a su pleno valor cuando está, con sus progresos, al servicio del hombre. 

 

Fue el Papa Paulo VI, quien, a un poco más de un año de clausurado el Vaticano II (26-03-97), entregó al mundo su extraordinaria Encíclica  Populorum Progressio”, en la cual puntualizó las enseñanzas de la Constitución “Gaudim et Spes”, antes aludida, e invitó a “una renovada toma de conciencia de las exigencias del mensaje evangélico, que obliga a la Iglesia a ponerse al servicio de los hombres” (n-1).

 

Reclama, el Papa, un desarrollo integral del hombre”, y precisa que ha de “promover a todos los hombre y a todo el hombre” (n. 14), sin alterar la verdadera escala de valores (n. 18), y clama por una técnica inspirada en comprometido humanismo (n. 20). Pide ubicación en el respeto a todos los seres humanos, dentro del ideal consagrado en la Gaudium et Spes, que sean los bienes y el progreso en beneficios de todos los humanos, con llamado a trabajar todos con sentido comunitario (n. 22).

 

Dentro del plan de Dios, dice el Papa,  se ha de avanzar en un desarrollo solidario de la humanidad”, con preocupación por los más débiles, con equidad en las relaciones, con caridad y solidaridad universal (n.n. 45-75). Pero esa tarea ha de cumplirse con decidido empeño de llevar a los pueblos a un efectivo y equilibrado progreso,  base de paz estable entre las gentes, pues “el desarrollo es el nuevo nombre de la paz (n. 76). A esta tarea convoca el Papa, a gobernantes, a sabios, a dirigentes cívicos y sociales, a todos los creyentes, a todos los hombres de buena voluntad (n.n. 81-86).   

 

Entonces, el progreso de nuestras poblaciones, el mejor estar de nuestras gentes, sin olvidar su cultivo espiritual, es algo del todo acorde con el pensamiento cristiano, y  es deber de los pastores invitar a las gentes a la laboriosidad, con sentido de responsabilidad universal. Ese progreso es en el que hay qué pensar debidamente, hacer tomar conciencia de  las serias responsabilidades de los pastores de almas sobre sus fieles. 

 

Es este el derrotero que señala nuestra Iglesia, seguido en países aún no católicos, con gran éxito. Allí  se pone fe no tanto en pactos o tratados de paz, con tanto interés de dominio de ciertos grupos y que  dejan tanta duda de rectas intenciones. Es con base en laboriosidad honrada, con amor y no con odio o violencia. Solo así se llegará a verdadera paz.

*Obispo Emérito de Garzón

Email: monlibardoramirez@hotmail.com