El momento actual no es más difícil que en otras ocasiones. Por eso, tenemos que aprender a coexistir con los períodos de tribulación, a no desfallecer jamás; porque de la fortaleza de unidad entre todos, se sale siempre reforzado, en la medida en la que estemos dispuestos a aprender la lección. Sólo así creceremos internamente, que es lo que nos ayudará a fraternizarnos. Por desgracia, siempre hay algo que no funciona o entra en conflicto.
Somos así, la necedad nos acompaña y la debilidad nos impide la curación. En cualquier caso, todos en nuestro paso por la vida tendremos instantes de amargura y soplos de bienestar. Lo importante, en este caso, es saber dilucidar el camino en el momento exacto. De entrada, tomar el impulso para desbloquear nuestras emociones es primordial. Lo mismo que concienciarse consigo mismo para activar nuestra propia batalla interna y hacer frente al estrés, la depresión o cualquier otro trauma.
A mi juicio, lo significativo es centrarse y concentrarse en nuestras propias capacidades humanas, en perseverar reduciendo al mismo tiempo las tensiones. Quizás tengamos que hacer más silencios, intensificar los esfuerzos por entendernos, dejar de aborrecernos unos a otros, ser más auténticos, activar la capacidad de observación y escucha. Hay muchas cosas que nos conversan a diario y no entramos en diálogo. La misma naturaleza con su lenguaje armónico. La soledad con su espíritu de reflexión. El arte nupcial del sueño que nos insta a despertarnos.
Este mismo artículo es un sueño digerido mar adentro y dirigido en busca de ojos lectores. Tenemos que responder no sólo como individuos, sino también como familia humana, compartir responsabilidades y enhebrar entusiasmos entre vínculos. Silenciemos las armas mientras tanto. Dejémoslas de usar. Fomentemos la cultura del abrazo, que la violencia es nuestra mayor torpeza de debilidad.
No olvidemos que sólo hay una ventana para salir de cualquier crisis, lo que significa mudar de aires, y el verdadero cambio ha de hacerse en comunidad. Reunidos todos bajo el espíritu de la solidaridad es como se consigue un orbe más habitable y un hábitat más sano. Es cierto que nuestra casa común se enfrenta a una triple crisis planetaria: la alteración del clima, la pérdida de naturaleza y biodiversidad, la contaminación y los residuos.
También es verdad, que es preocupante la continuación y posible extensión de los conflictos, la falta de adhesión de los ricos con los pobres, que los programas de asistencia cada día sean más escasos y que las desigualdades entre moradores se acrecienten. Sin embargo, hemos visto lo que podemos lograr cuando nos ensamblamos, juntos podemos afrontar retos monumentales. Porque somos únicos, debemos dignificarnos para estar por encima del nivel del miedo; y, porque tenemos una sola Madre Tierra, hemos de protegerla.
No destruyamos más existencia, que es como destruirnos a nosotros mismos, construyamos un futuro donde la dimensión ética, active los gobiernos en todos los países. Estamos para auxiliarnos, donarnos y reconciliarnos. También para comprometernos, junto al renacer de cada aurora. Con la imaginación siempre en guardia, se requiere una visión de conjunto, sin descartar a nadie, abriendo los corazones y las mentes. Es cuestión de hallar formas creativas de financiar el aumento de las necesidades de recuperación humanitaria y de desarrollo en todo el astro o de convertir los terrenos áridos en suelos fértiles, para que nos ayuden a descubrir esa paz interior que requieren los labios del alma.
Para desgracia nuestra, el mundo actual ayuda muy poco a reencontrarse con uno mismo, más bien a perderse por las redes sociales, que son el blanco perfecto para deshumanizarnos y tomar todos los vicios. Hay manifestaciones de odio tan patentes, que se necesita una riada de simientes de efectivo afecto, cuando menos para darnos vida y poder revivir. La dicha sólo es posible cuando me reconozco en los demás, conjugando el amor de amar amor. ¡Hagámoslo!