Hasta para alegrarse y celebrar los anuncios sobre los avances en el descubrimiento de la vacuna contra el coronavirus, las autoridades deben invitar a la mesura y no generar expectativas irreales sobre la llegada inmediata de una "cura mágica", con precipitud de película de ficción.
Convendría profundizar un poco más en el tipo de pedagogía masiva sobre el mal que nos aqueja y compartir, con una humanidad confinada y asustada, los avances que día a día hacen los científicos en el conocimiento de este enemigo, que empieza a dejar de ser invisible. Es hora de pasar del lenguaje del número de contagiados, muertos y recuperados.
Los hallazgos de la comunidad científica nos colocan en un escenario muy diferente al de las estadísticas. Han comprobado, por ejemplo, que el virus tiene una velocidad de mutación muy alta. Hasta ahora han identificado 81 cepas. Se necesitaría una vacuna para cada una de ellas. Están aun lejos de una vacuna universal. Aseguran que una de las mutaciones más agresivas, la europea, fue la que llegó a Colombia y quienes padecen la enfermedad, no están exentos de volver a contraerla, pues la inmunidad dura pocos meses y podrían volver a contagiarse de una cepa diferente.
Es comprensible que los gobernantes del mundo hagan del lenguaje un instrumento para dosificar la verdad y evitar que las cosas se les salgan de las manos. Pero, también es cierto que se subestima la capacidad de los pacientes para mirar la verdad a los ojos y lidiar con ella.
Generar expectativas desproporcionadas sobre la vacuna, es tan malo como no tener expectativas. Es sano alimentar la esperanza, pero con cautela. Aun falta desarrollar la vacuna, fabricarla, distribuirla y lo más difícil: Tener acceso a ella.
La guerra contra el virus avanza, y eso es lo importante. Pero si la esperanza se infla desbordándola de afanes que no tengan fuerte asidero en la realidad, será más complicada la búsqueda de una solución definitiva.
Por supuesto hay que alegrarse de los avances científicos y brindarles todo el apoyo que sea necesario sin descalificar esfuerzos ni inyetarle combustibles explosivos al ánimo colectivo. Porque si se magnifican las esperanzas exigiéndole a la realidad resultados que la coviertan en ilusión será imposible mantener a millones de personas dentro de los linderos de una disciplina social que mantenga la convivencia.
Lo que necesitamos en estos nomentos es serenidad y firmeza en los gobernantes, acompañada por una conducta irreprochable de quienes esperan en la puerta de los laboratorios que la esperanza se convierta en realidad. Una combinación de mesura y comprensión del entorno en que vivimos.
El aporte pedagógico que hacen los medios de comunicación a la sociedad, se debería orientar hoy hacia el alivio emocional. Democratizar el conocimiento sobre el comportamiento humano, de lo contrario el manejo de cifras y cifras unido a las expectativas inciertas, nos conducirá por caminos desconocidos de explosión social.
Todo tiene su tempo y todo bajo el sol tiene su hora, repetimos a diario con el Eclesiastés…y estamos en tiempo de mesura.