MAURICIO BOTERO MONTOYA | El Nuevo Siglo
Domingo, 20 de Enero de 2013

Guerra y drogas
La guerra es el reino de lo inesperado. Se vio en Vietnam. Se repitió en Afganistán cuando la Unión Soviética y ahora Estados Unidos debieron retirarse. La URSS para afrontar su disolución. Y hoy E.U., para sobreaguar la crisis de varias décadas de guerra. Y para presenciar la vergüenza histórica que en vano se desea disimular, cómo el tráfico de heroína creció. Tecnología, capacidad administrativa, y oficiales venales, ayudaron al comercio de las drogas desde Afganistán. Las cifras están disparadas.
Ha habido sanciones pero el tráfico crece. El invasor es el adicto. Estados Unidos como sociedad necesita para funcionar de “uppers and downers”. Y es el mayor consumidor del mundo. Pero seguirán las noticias abyectas acusando a México o a Colombia sin referencia a los consumidores que se autodestruyen, adaptándose a una economía que ha producido una sociedad ahíta pero no satisfecha. En la cual la calidad de la vida es más bien miserable en lo afectivo, en lo emocional. Y en la que la juventud desde hace por lo menos medio siglo cree útil para soportarla, tomar cualquier cosa que le mitigue el dolor de estar vivos. “Whatever gets me through the night” como en la canción de los Beatles. Lo que sea para soportar la noche.
Este punto irresuelto en el corazón mismo del hombre occidental se pretende solucionar llamando a la policía… Es como blandir un bastón en donde haría falta un bisturí.
En Colombia ingresan cada año unos quince mil millones de dólares por el tráfico. Equivalente al crecimiento de inversión en minería del 2012. Una suma gruesa. Se hace a través del sistema financiero beneficiado con el negocio. Hacía los años 70 cuando la marihuana producía ganancias muchos menores, los cafeteros acuñaron con éxito el término “la ventanilla siniestra” refiriéndose a ese fenómeno. Temerosos sobre todo de la depreciación del dólar que esos ingresos pudieran producir. Ahora la marihuana es legal en más de veinte Estados de la Unión Americana. Hasta ponderan sus usos terapéuticos. En breve es de temer que la conviertan en uso obligatorio. Tal como lo hicieron los ingleses en el siglo XIX en China con el opio. Alegando, eso sí, la defensa de la libertad del comercio. Pues el puritanismo jamás hace algo sin señalar al cielo.
Los miles de muertos latinoamericanos son producto de esa ambigüedad. Solo que el puritanismo consumidor exige que el muerto sea además el culpable de su propia suerte. Y considera de mal gusto que se hable del consumidor. Nada, es Colombia la que corrompe las buenas costumbres anglosajonas. O es Perú, Bolivia, México, Laos o Afganistán.
En fin, seguiremos viendo, oyendo, leyendo noticias de lo que ocurre en esos países sin mencionar el consumidor que se traba en el norte con el 50% del tráfico que produce el planeta Tierra. Seguiremos ignorando que la guerra es el reino de lo inesperado. Y que esa guerra está en nosotros mismos.