Mauricio Botero Montoya | El Nuevo Siglo
Lunes, 11 de Enero de 2016

Integración y multicultura

“Colombia tiene pocos componentes integradores”

 

Hay pocos componentes nacionales integradores. El fútbol y el ciclismo. En culinaria la bandeja paisa. Conmueve el himno nacional, no así el Escudo que dibuja un istmo, ese agravio no del todo olvidado. La familia primitiva, en la doble acepción de primitiva, cambió pero la soledad la mantiene unida. Ella replica el idioma y la religión. El catolicismo con su boato romano, sus procesiones, genera naciones afectas a la rumba colectiva. El protestantismo privilegia placeres individuales. No hace falta un índice de savoir vivre  para notar lo obvio para cualquier viajero perspicaz.

 

La guerra interior colombiana no es separatista, respeta la integridad territorial. Las “repúblicas independientes” no pasan de ser balandronadas retóricas. Por eso es tan venenoso llamar FAR a las FARC, negándoles su origen patrio. El colombiano tiene amable sentido del humor, si bien algunos lo usan para desintegrar. Al humor criollo hay que defenderlo de ciertos cómicos en los que la burla repta como humor sin alas. Hay pocos nombres cogregativos recientes,  Santa Laura Montoya, el pintor Fernando Botero,  el escritor García Márquez. Ningún político.

 

Las tres etnias aún no se han decantado en un mestizaje amable. Sin el racismo agresivo del pasado anglosajón, hay discriminación. La propuesta de apartheid de una senadora blanca de segregar a una comunidad indígena, es síntoma de que en nuestro caso más que mestizaje hay es un cruce de desarraigos. El empobrecido Chocó, áfrica en Colombia, es otro indicio.

 

La llamada igualdad de género está lejana,  la justa reacción feminista contra el machismo suscitó el defecto simétrico, no la cualidad opuesta.

 

Una nación es el pacto continuado de una historia común, cuyo  estudio se ha atrofiado en las escuelas. La tolerancia de las diferencias, esencial como  es, no basta para integrar lo multicultural. La necesidad se uniforma con los engranajes de la economía, pero el dinero como lo probó muy bien Marx, agrava la estratificación. Y en todo caso no crea el sentimiento comunitario. En cuanto a la Caridad como amor que construye, no como lavadero de conciencia, advierte que ninguna limosna justifica a la sociedad que la hace necesaria.   Desde hace casi un siglo, los colombianos separados por las tres paredes de la cordillera de los Andes están comunicados entre sí, primero por la radio, luego la TV. Y ahora por la bienhechora red de Internet.  Las tecnologías han superado las distancias pero la proximidad permanece ausente. Y dicho sea de paso, el informado ciberadicto tiene menos contacto con la realidad que un gato persa.