La gobernabilidad
Desde hace más de 160 años, el Partido Conservador Colombiano ha promovido una sociedad fundamentada en instituciones y valores así como en la defensa de condiciones indispensables de la democracia tales como seguridad, justicia, el desarrollo y la libertad económica (en particular el desarrollo agrario); la protección de la niñez, la familia y la defensa de la dignidad del ser humano conforme la define la doctrina social de la Iglesia.
La vocación de poder constituyó condición característica del ejercicio político de los líderes del partido, garantizando que el conservatismo tuviera una participación significativa en la construcción republicana y democrática de Colombia y se constituyera con el partido liberal en los referentes obligados de la cultura política nacional.
Sin embargo, el ejercicio de la política ha cambiado y durante las últimas décadas vemos en los partidos verdaderas empresas electorales para las que lo importante es conseguir votos a cualquier costo, llegando a renunciar a su caracterización ideológica y abandonando sus banderas tradicionales.
Ha faltado en los sucesivos gobiernos la voluntad de hacer la reforma política estructural que Colombia necesita para hacer de los partidos reales organizaciones de base que hagan un trabajo político coherente con su pensamiento sobre el tipo de Estado e instituciones requeridos para garantizar los derechos ciudadanos y a la vez ejercer liderazgo y conducción de la sociedad civil que impulse a Colombia hacia estadios más ambiciosos de desarrollo, bienestar y paz.
Diferentes encuestas muestran deterioro grave de la confianza ciudadana en las instituciones y en particular en el Congreso, los partidos políticos, el Gobierno y la Justicia, con un riesgo evidente para la sostenibilidad de nuestro sistema democrático en el que el Partido Conservador tiene aún mucho que aportar.
Por ello la definición del partido, sobre si debe tener o no candidatura propia a la Presidencia o declinar tal derecho en favor de la reelección del presidente Santos, es una decisión trascendente así algunos le den un manejo casi que amarillista. Se trata de definir si el destino de una colectividad política debe depender de la presión burocrática y de contratación que viene ejerciendo el Gobierno a algunos pocos, o si concreta su futuro teniendo en cuenta sus ideales y la posición de sus bases que en todo el territorio nacional claman por una candidatura propia y un mayor liderazgo del conservatismo.
Es decepcionante que el partido haya pasado a convertirse en el hazmerreír de los medios de comunicación y de muchos como el partido de la “mermelada” en el cual las banderas del pasado en función del bien común se han diluido en manos de los intereses personales de pocos.
El partido tiene la posibilidad y la obligación moral de asumir el liderazgo de los temas nacionales con contenido intelectual, propuestas, discurso y proyectos pertinentes sobre los temas que afectan la calidad de vida de los colombianos, máxime en este momento en el que el país manifiesta mayoritariamente incertidumbre y siente que las cosas no van por buen camino. Estoy convencida de que simultáneamente con el impulso de la lista al Congreso somos capaces de tener una candidatura presidencial que no tiene por qué estar matriculada ni como Santista ni como Uribista sino como conservadora y autónoma.
Lamentablemente desde afuera hay varios que se han propuesto dividirnos y desde adentro ha faltado estrategia y visión para que las ideas y valores del conservatismo garanticen la unidad de la colectividad y tengan la visibilidad que merecen.
Curioso que el mismo Presidente que busca afanosamente un acuerdo que permita a las Farc entrar a la política para según sus palabras “fortalecer la democracia”, al mismo tiempo esté dedicado a debilitar un partido histórico como el Partido Conservador con ofrecimientos burocráticos opacos así aparezcan mal disimulados entre las arias de esta opereta en la que nos están convirtiendo al país.